El Hombre de América
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
17-06-30
#Semblanza, #Efemérides,
#EfeméridesMexicanas, #UnDíaComoHoy, 30 de junio de 1959, muere en la
ciudad de México, el ilustre abogado, maestro, historiador, escritor y político
don José Vasconcelos. Imprimió una definida y nacionalista etapa cultural a su
paso por la Secretaría de Educación Pública durante el gobierno del general
Álvaro Obregón.
José
Vasconcelos nació el 27 de febrero de 1882 en Oaxaca, Oax., (México).
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José Vasconcelos. |
Fue el segundo
de los nueve hijos de Ignacio Vasconcelos Varela, funcionario del Resguardo
Aduanal Mexicano, y de su esposa Carmen Calderón Conde, hija de un senador
porfirista.
Cuando contaba
con seis años de edad, su familia se radicó en Piedras Negras. Para
inicios de 1895 se trasladaron a Toluca, donde estudió en el Instituto
Científico y Literario. Al año siguiente fueron a vivir a Campeche, donde
José Vasconcelos cursó estudios en el Instituto de Ciencias y Artes,
graduándose en 1898. A finales de 1906 se casó en Tlaxcala con Serafina
Miranda.
En la Escuela
Nacional de Jurisprudencia, obtuvo el título de licenciado en derecho en 1907.
Fue discípulo
de Justo Sierra,
y formó parte del Ateneo de la Juventud, que en torno a 1910 se enfrentó
al positivismo como corriente filosófico–científica y al dictador Porfirio Díaz,
impulsando una corriente crítica y de renovación ideológica y política.
En su Estética, expone su teoría sobre la
evolución del universo y la reestructuración de su sustancia cósmica, en los
órdenes físico, biológico y humano.
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Adusto. |
Estuvo comprometido
con el movimiento revolucionario apoyando a Francisco I.
Madero en el Partido Antireeleccionista y más tarde a
los presidentes Venustiano
Carranza y Álvaro
Obregón. Al parecer, Vasconcelos fue quien redactó el lema
maderista: "Sufragio efectivo no reelección".
Ejerció como
rector de la Universidad Nacional, a la que convirtió en institución revolucionaria.
En 1921 fue
nombrado por Álvaro Obregón, Secretario de Educación Pública y
durante tres años, hasta su enfrentamiento con él y su posterior exilio en
Estados Unidos, llevó a cabo 'una verdadera cruzada nacional' en favor de la
educación popular. Hizo todo lo posible para impulsar la educación indígena, la
rural, la técnica y la urbana; entre sus obras creó redes de bibliotecas,
misiones culturales, escuelas normales y Casas de Pueblo, que convirtió en
centros educativos básicos. Apoyó la obra de los
primeros muralistas y construyó el Estadio Nacional como
lugar de espectáculos populares.
En 1925
publicó La raza cósmica, obra en
la que se expone algunas de sus reflexiones sobre el indigenismo.
En 1929
regresó a su país como líder de un movimiento político apoyado por las masas
que se enfrentaban al callismo dominante. Al fallar su intento de obtener la
presidencia regresó a su retiro personal.
A finales de
enero de 1931 se reúne en París con su amante Antonieta Rivas Mercado
Castellanos (hija del arquitecto que construyó la Columna de la
Independencia). El 10 de febrero la Antonieta se suicidó en la Catedral de
Notre Dame con la pistola que Vasconcelos siempre llevaba consigo.
En 1933
Vasconcelos se trasladó a Argentina, y en 1935 a los Estados Unidos. Regresó a
México el 21 de septiembre de 1938 estableciéndose en Hermosillo.
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Frase de José Vasconcelos |
Esperanza
Cruz fue su segunda esposa. Se casaron en diciembre de 1943.
En su obra
filosófica se reivindica la intuición emotiva, opuesta a toda forma de
intelectualismo y a la que sitúa en la base de su sistema metafísico (Tratado de metafísica, 1929). Entre sus
obras destacan: Ulises Criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), y Breve historia de México (1937).
Por sus
trascendentes cátedras universitarias, discursos y ensayos, se le denominó
"El Maestro de América". Él fue el autor del lema de la Universidad
Nacional de México: "Por mi raza hablará el espíritu".
José
Vasconcelos falleció el 30 de junio de 1959 en Ciudad de México.
Aquí una infografía que es encuentra en internet sobre José Vasconcelos.
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Infografía |
A continuación
reproducimos la entrevista que el periodista Víctor Alba publicara en su libro Mexicanos para la historia, 12 figuras
contemporáneas, y que hiciera al historiador Alfonso Taracena en torno a la
persona de José Vasconcelos.
JOSÉ
VASCONCELOS
Parece mentira
cómo los recuerdos, cuando han arraigado profundamente, surgen a la superficie
de la memoria, al ser llamados por la insistencia de un reportero, tan
ordenados y coherentes que parece que se refieran a hechos de ayer mismo.
Escuchando al periodista Alfonso Taracena hablar de José Vasconcelos, uno no
puede por menos de hacerse esa reflexión banal.
Taracena, recostado
en el sillón, se incorpora, de vez en cuando, movido por el resorte de la
memoria. Cuando relata algo que le llegó a hurgar en las pasiones, no puede
contener sus gestos. A veces, en cambio, baja la voz, y su relato se parece a
una confesión.
Taracena –con
el cabello castaño claro que comienza a clarear– no tiene necesidad,
desgraciadamente de cerrar los ojos para evocar las imágenes de lo que cuenta.
Está muy enfermo de la vista y en vísperas de que le operen los ojos. Esto le
da un nerviosismo contenido, una especie de vagabundeo de la palabra –y a quién
no, en su circunstancia?– que hace de su relato algo espontáneo, en cuyas
frases no se atreve el reporteo a meter la pluma. He aquí, pues, el texto
integro del largo monólogo de Taracena, tal como lo tomó el lápiz del
reportero.
–Me satisface
que el licenciado Vasconcelos se fijara en mí para hablar de él, porque esto
indica que comprende que puedo hacerlo con serenidad, sin fanatismo y sin la
inquina maligna de sus malquerientes, que no han logrado, con todo, disminuir
en lo mínimo su grandeza. Digo que sin fanatismos, por que por ahí afirman que
en un tiempo nos enemistaron en tal forma que resulté víctima de las injustas
violencias, naturales en una fuerza arrebatadora de la naturaleza como es
Vasconcelos.
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La Raza Cósmica, portada. |
»Sucedió que
yo serví a Vasconcelos cuando él se encontraba en el destierro, acosado por los
elementos oficiales y condenado hasta por sus más acérrimos partidarios. El
doctor Guisa y Acevedo llegó a decir que serví a Vasconcelos ‘en forma única en
el mundo’. En la época del general Calles, fui a dar dos veces a la cárcel por
ayudarlo a él. En esos días mataban a los vasconcelistas, como León Ibarra y
González Villa, que es paz descansen. Los estrangulaban por cientos y hubo
algunos que hasta sus fosas tuvieron que cavar.
»Me
detuvieron, una de las veces, y me condujeron a presencia del subjefe de la
policía –no recuerdo su nombre–. Le dije que marcharía con él. El subjefe me
dejó libre, al ver que la cárcel no me haría cambiar.
»Fue después
cuando surgió el malentendido entre Vasconcelos y yo. Lo cuento, porque refleja
muy bien el carácter del maestro. Fuimos a Nueva York cuando se encontraba
exiliado. Vivimos en el mismo hotel, en el mismo cuarto, muchos días. Me vino
la idea de hacer algo parecido a lo que Perú de la Coix hizo con Bolívar en su Diario de Bucaramanga: recoger, día a
día, las conversaciones, comentarios y hasta chistes de Vasconcelos. Pero los
intereses personales de algunos temieron su impacto en la opinión pública y
prácticamente lo secuestraron e hicieron destruir. Viajando con Vasconcelos, se titulaba. Yo, tan sólo conservo un
ejemplar.
»Pinté a
Vasconcelos tal como es, con sus propias palabras. Al verlo, se rió. Pero los
críticos y algunos amigos del maestro, le dijeron que lo que allí se publicaba
era peligroso para ellos. Me desmintió. Y yo lo desmentí publicando cartas
firmadas por él en las que hablaba de gentes y cosas en los mismos términos que
yo le hacía hablar, en el libro. Creo que eso le hice un gran bien. Un día, un
redactor de Hoy fue a entrevistar al
maestro y éste le dijo, entre muchas cosas: ‘Con Taracena tuve una riña vulgar,
pero nunca he dejado de reconocer su lealtad, etc.’.
»Una prueba de
ello es que un líder político expresó que yo estaba haciendo un positivo
beneficio a Vasconcelos, pues daba a conocer actitudes de éste de un elevado
patriotismo.
»No nos
volvimos a ver. Hasta después que, de vuelta a la Patria, Vasconcelos fue a
Tabasco. El gobernador, Noé de la Flor Casanova, lo llevó a una fiesta. Luego
lo llevó a casa de un viejecito y éste le preguntó por su hijo. –¿Quién es su
hijo? –inquirió Vasconcelos–, Y al saber que era yo, lo abrazó y habló ante
todo el pueblo poniéndonos por las nubes. Poco después, nos reconciliamos al
encontrarnos en un banquete de intelectuales… Había por lo menos trescientos… diz
que intelectuales, pues no sé de dónde van a salir tantos, en México…
»Conocí a
Vasconcelos en 1914, cuando yo acababa de llegar a la capital, a estudiar.
Triunfaba la Revolución. El general Eulalio Gutiérrez tenía el mejor gabinete
que se haca ofrecido jamás al país: Valentín Gama, Martín Luis Guzmán,
Vasconcelos. Un grupo de estudiantes fuimos a ver al maestro, para que nos
ayudara a sacar una revista de preparatorianos. Íbamos Gómez Morín, Lucio
Mendieta y Núñez, Arturo Martínez Adame, yo… Vasconcelos nos dio su aportación:
20 pesos. Por cierto, que la revista no se publicó, porque en esa época
entraban y salían los zapatistas y todo era un relajo bonito. Alguien se clavó
los 20 pesos…
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Breve historia de México, portada |
»Recuerdo, que
al ser electo Director de la Preparatoria el maestro Antonio Caso, Vasconcelos
asistió a su toma de posesión. En su discurso, el maestro Caso recitó una frase
de aquél que se me gravó y de la cual él ni siquiera se acuerda… A ver, era así
‘El éxito es fugaz y mediocre; aparece con el instante, muere con él…’
»Viéndolo,
primero en su despacho oficial, después en esta ceremonia ruidosa, me
sorprendió y atrajo su aspecto atormentado. La gente le ha reprochado, luego,
que estuviera con Villa. Yo lo comprendo. Vasconcelos era maderista, fue su
consejero político. Cuando asesinaron a Madero, se fue con el grupo de
maderistas y no con Carranza, que era el gran enemigo de Madero. Se fue con el
grupo del doctor Silva, de Díaz Lombardo, dirigido por Felipe Ángeles. Y este
grupo dejó a un lado a Villa para sostener a Eulalio Gutiérrez, que
representaba la legalidad. Vasconcelos fue quien redactó el manifiesto
desligándose de Villa, de Zapata y de Carranza.
»Luego vino el
primer exilio a Estados Unidos. Cuando regresó, desde luego, fui a verlo. El
maestro era, entonces, rector de la Universidad. A mis ojos –que a la razón
veían bien– seguía siendo un atormentado.
»Al lanzarse
candidato a la Presidencia, era yo corresponsal de una serie de periódicos
foráneos, y eso me permitió hacerle mucha propaganda indirecta, decir la verdad
de las masas que lo seguían, que acudían a sus actos. Recuerdo un discurso
suyo, en Xochimilco, del cual tampoco debe acordarse: ‘Si venzo –dijo–, le daré
24 horas a mister Morrow para que haga sus maletas y salga del país’, Mister
Morrow, que luego fue suegro del aviador Lindberg, era el embajador de Estados
Unidos en México.
»Nuestra
amistad se hizo, así, más íntima. Yo le decía que ponía a su órdenes 80,000
hombres en armas, refiriéndome a la frase de Napoleón según la cual un diario
vale tanto como los soldados.
»Fue cuando se
fue, que lo empezaron a calumniar. Decían que huyó, que abandonó a sus
partidarios. No es cierto. Estuvo en Guaymas, intentó alzarse, escribió un
manifiesto al país que se llamó el Plan de Guaymas. Pero nadie respondió. Como
le decía un viejo maderista: ‘Ya la gente valiente se murió, licenciado’.
»Me quedó en
México, conspirando y defendiendo al maestro a través de los diarios, en lo que
se podía. Por esta época, el callismo –el régimen más abominable que ha tenido
México– mataba a los vasconcelistas con ganas y corrí mucho peligro. Nos
faltaba dinero y nos sobraban espías del gobierno, que sabían todos nuestros
pasos. Vasconcelos decía que necesitaban sólo 50 hombres armados para que él
entrara por la frontera y triunfara. Pero no pudimos juntar ni cinco…
»Ya en el
exilio, viviendo en California. Calles hizo gestiones para reconciliarse con
Vasconcelos. Tuvieron entrevistas y, después que Calles dió cincuenta
explicaciones, llegaron a ponerse de acuerdo. Cuando al maestro se le terminó
el plazo para su residencia en Estados Unidos, Calles, que era muy amigo del
gobernador de California, le consiguió arreglar la situación.
»Pero vino a
la Presidencia el general Ávila Camacho. Vasconcelos regresó. En Hermosillo el
general y el licenciado se saludaron. ‘Ya sé que usted no es amigo mío –le dijo
el general–, pero yo sí soy amigo de usted’. Ávila Camacho no olvidaba el antimilitarismo esencial
de Vasconcelos.
»Desde España,
durante su exilio de trotamundos, Vasconcelos me escribió diciéndome que acaba
de terminar un libro –era Ulises criollo–
y que mirara si podían publicarlo en el folletón de la revista Omega. Me indicó
que pidiera que le dieran siquiera ocho pesos a la semana, por ello, pues se
encontraba muy «bruja», Ofrecí el libro a los diarios de provincia, y conseguí
enviarle ochenta dólares a la semana en vez de los ocho pesos con que habría salido del paso.
»Ese Ulises Criollo fue uno de los tres
únicos libros que han tenido, en México, un auténtico éxito de público. Los
otros dos fueron La Sucesión Presidencial,
de Madero y El Verdadero Juárez, de
Bulnes. Si el libro salió como es, como todos lo conocen, imaginen lo que
habría sido de no mostrarse Vasconcelos, tan… digamos temperamental cuando
trabaja…
»Porque
trabaja en el mayor desorden. Necesita secretario, y lo vuelve loco. Escribe a
máquina, de cualquier manera. Nunca corrige, odia la meticulosa labor de releer
sus escritos y ponerle comas, acentos, y sobre todo, se horroriza al ver cómo
quedan desfiguradas las palabras, a veces inidentificables, cuando él las ha
escrito a máquina. Traspone las letras de una manera espantosa. Corre por ahí
un libro de la Universidad, una Historia de la Filosofía, que escribió sin
secretario y se mandó a la imprenta sin corregir. A pesar de la buena voluntad
de los linotipistas, como esos no conocen los nombres de filósofos ni el léxico
de la filosofía resultó un revoltijo tipográfico.
»No tiene
archivo alguno. Ni siquiera conserva la colección de sus artículos. ‘No guardo
papeles’, dice el maestro. Se fía de su memoria y hay que reconocer que no lo
traiciona jamás.
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Ulises criollo, portada |
»No es un
hombre rencoroso, pese a que su estilo podía hacer creer lo contrario. Se enoja
con mucha facilidad, pero es un fuego de virutas. Con igual facilidad, perdona.
La única excepción es… bueno, mejor no citar su nombre… la única persona a la
cual, que yo sepa, no ha perdonado jamán, es un individuo al cual califica de
traidor.
»No ha perdido
sus ansias de viajar, pero ahora, su hija y sus nietos lo detienen en México
con más fuerza que antaño su arrebatada pasión política.
»Hace poco,
fue a Buenos Aires a un Congreso de Filosofía. Perón le ofreció lo que deseara
para que se quedara en Argentina. No quiso.
»Traiga a su
familia –le decía–, –No, contestaba, mis nietos son mexicanos y no debo
desarraigarlos de su patria.
»Tal vez en
este último viaje a lo largo de Sudamérica es cuando nos hemos podido dar
cuenta de que Vasconcelos es realmente el Hombre
de América. En todas partes, espontáneamente, la gente que se encontraba en
los aviones o en los aeropuertos, lo saludaba en masa, lo rodeaba de
atenciones, lo aplaudía si eran en número suficiente para encender una ovación.
Todo era poco para él, en cuanto se enteraban que iban con Vasconcelos. La
mayor parte de las veces, se enteraban con sólo verlo, porque su imagen corre
por todos los periódicos del continente y se queda grabada en las memorias.
»Cuando se
viaja –y ahora sólo sale a Ixtapan de la Sal y a San José Purúa, para estar
solo y trabajar–, no sabe vivir lejos de los libros. Por esto, sospecho, es por
lo que ha aceptado ser director de la Biblioteca México. Cuando está cansado de
leer o escribir, se pone la cabeza entre las manos, apoya los codos en la mesa,
y se pasa así horas enteras, meditando, fantaseando… descansando, dice él.
»Vasconcelos
no es rico, no lo ha sido nunca. Pero le gusta vivir bien. Sus libros le dan
para vivir modestamente. ¿Cómo consigue llevar una existencia holgada? Muy
sencillo. Todo su secreto estriba en un lema que parece de manual escolar:
laboriosidad y economía. Trabajar, trabajar y trabajar, y gastar lo necesario,
pero no más…
»Claro que lo
necesario, en el caso del maestro comprende una buena mesa, pues es un gourmet fino, y le encanta la cocina
española y los vinos españoles son su gran afición. Por eso afirma que los
peores tiranos de la humanidad son los médicos.
»Tanto como su
talento, admito su honradez. En tiempos de Obregón, manejaba más de sesenta
millones de pesos anuales.. de pesos de los de entonces. Al dejar la Secretaría
de Educación, no era raro que me
lo encontrara viajando en camión o tranvía. ¿Hay muchos hombres de gobierno de
los que sus amigos conserven una imagen tan sencilla, tan humilde? La humildad
de veras, era él, consiste en esos detalles, y no en lo que muchos políticos
llaman así y que no es otra cosa que sumisión acomodaticia.
»Sus
malquerientes le reprochan que, habiendo enseñado tanto a odiar las tiranías,
ahora defienda a Franco, a Perón, a los que derrocaron a Rómulo Gallegos, por
ejemplo. La respuesta podrían encontrarla en el recuerdo de las mismas
lecciones del maestro y es muy sencilla: Vasconcelos reacciona así porque, ante
todo, es cristiano, y por ello está con los países que defienden el
cristianismo contra la Internacional del Odio.
»No comprenden
su actitud porque no quieren comprenderla. Los últimos que sí lo entienden son
los comunistas, quienes, deseando ningunearlo, afirman por ahí que Vasconcelos
está acabado. El mejor mentís a eso lo ha dado en un artículo reciente, escrito
al salir de sus última enfermedad.
»Ese artículo
me emocionó, me hizo levantar de la cama y correr a verlo. Se titulaba La Primera Llamada. La primera llamada
de la muerte… Me acompañó, en esta visita, un muchacho aficionado a la pintura.
Vasconcelos, convaleciente apenas, le habló de arte, le pidió que le enseñara
sus cuadros. El chico le regaló uno, días después. No es una obra maestra. No puede parangonarse, claro está, con
otros cuadros que Vasconcelos tiene en su casa. Pero el respeto por el afán del
muchacho, por su ambición artística, el espíritu de maestro de Vasconcelos lo
impulsaron, sin premeditación, sin querer hacer ningún gesto, a colgar este
cuadro de aprendiz al lado de los maestros del pincel. Y ni Vasconcelos sabe lo
mucho que esto, tan sencillo, ha estimulado a mi amigo, el incipiente artista.
»Ahora,
Vasconcelos no puede llevar la misma vida de tantos años. No puede levantarse
temprano. Aunque, la verdad es que siempre le gustó muchísimo dormir y para
justificar este gusto decía que las mujeres norteamericanas se conservan tan
frescas porque duermen mucho.
»Tanto le
encantaban las sábanas que en una ocasión había en el vecindario de donde vivía
el maestro, dos perros ladradores… De esos que parecen divos entre los perros.
Los manto matar, secretamente. No podía soportar que sus ladridos lo
despertaran.
»Poco antes,
en mi artículo había escrito que desconfiaba de los que aman a los animales. Se
lo reproché, recordándole mi afición a ellos. Le pregunté: ‘¿Y usted no
desconfía de los que mandan matar perros, porque estos ladran’?
»El maestro ,
en uno de sus arrebatos sarcásticos, contestó: ‘Claro, yo soy un hombre abominable.’»
Taracena se
ríe, casi sin despegar los labios. Y el reportero recuerda que, al hablar con
Vasconcelos para pedirle que le diera el nombre de un discípulo que pudiera
hablar sobre él, recibió esta respuesta:
–No tengo
discípulos. Sólo tengo amigos, pero muy buenos.
Y han leído
ustedes, ahora, lo que uno de ellos opina de Vasconcelos.
Imágenes tomadas de:
(1)
(2)
Con información de:
(1) Biografías.
(2) Alba, B. (1952). José Vasconcelos. Entrevista a Alfonso Taracena. En: Mexicanos para la historia, 12 figuras
contemporáneas. México.
D. R. 2017 Darío Aguirre