sábado, 8 de mayo de 2021

Guadalupe "Pita" Amor

La reina de la noche

Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
21-05-08

     #Semblanza, #Efemérides, #EfeméridesMexicanas, #UnDíaComoHoy 8 de mayo de 2000 muere la poetisa Guadalupe Pita Amor, musa de varios intelectuales, en sus obras refleja su controvertida personalidad, temperamental e irreverente. Nace el 30 de mayo, algunas fuentes citan que de 1918 y otras de 1920.

     Nació en la ciudad de México (1920). EStudió en colegios católicos del Distrito Federal y Monterrey. Su vocación poética se manifestó a temprana edad, inclinándose desde ese entonces por los sonetos. Trabajó para cine y teatro. Del total de su obra destacan: Yo soy mi casa (1946), Puerta Obstinada (1947), Todos los siglos del mundo (1955), Las amargas lágrimas de Beatriz Sheridan (1980), Sonetos (1983) y La manzana de Martha Chapa (1986). También ha publicado cuentos: Galería de títeres (1959). Ha ofrecido recitales  en diversos foros de la ciudad de México y de provincia. A últimas fechas (1985, año de la entrevista) aún se le ve por las calles de la colonia Juárez y se ha convertido en figura controvertida y sui géneris de las letras mexicanas. Ha recibido múltiples homenajes y reconocimientos por instituciones y asociaciones civiles.
Guadalupe "Pita" Amor, poetisa.

     Aquí incluimos una entrevista realizada por Elvira García publicada en un medio no especificado en mayo de 1985 y reeditada en el libro 100 Entrevistas, 100 Personajes, coordinado por Vicente Leñero y publicado por PIPSA en 1991.

     LA REINA DE LA NOCHE

     De Pita Amor existe una imagen que la describe: cuando va por las calles azotando su bolso contra los hombres y llamándolos: “basura, basura, basura”.
     Ésa es sólo una parte de su personalidad; la otra es la de la mujer silenciosa, violenta, dulce, niña bromista y mujer coqueta.
     La poetisa comparable sólo con Sor Juana, la dama terrible, la hermosa mujer de piel lechosa y sonrisa encantadora; la más amada y famosa, la que cautivara por su belleza, la que pintaran Diego Rivera, Montenegro, Meza y muchos otros; Pita, la impredecible, la de los cascabeles en el vuelo del vestido y los párpados decorados con diamantina; Pita, la veleta que se dejó llevar por el viento hasta esconderse en un rincón de la Zona Rosa, donde juega con sus soledad, escribe incansablemente, habla con sus amigos más íntimos, reniega a diario de la “basura de hombres”, se pelea con el tiempo “que corre en forma aterradora”, camina con rápidos y menudos pasitos por la Zona Rosa, en donde es “reina honoraria, sin goce de sueldo” y regala sonrisas con su boca aún roja, bella y bien cuidada
     En ese rincón, a los cincuenta y siete años de edad, la poetisa dice haberse dado por muerta hace mucho tiempo. Una gruesa e impenetrable puerta de silencio impide llegar hasta ella, penetrar en su intimidad, hablar de su persona, de su vida; un bloqueo mental, intencional, separa a la Pita del pasado con la de hoy. Al diablo las entrevistas, las reimpresiones de su obra, la  publicación de nuevos poemas, ¡al diablo el mundo! Sólo el silencio, el rompimiento con el “pópuli” es lo que le importa conservar.
     Por eso, cuando alguien intenta siquiera hurgar en su mundo, ella se torna nerviosa, se enfurece y, sin más, da media vuelta. Se va. Luego regresa un poco más calmada y dice: “yo sólo se hablar de poesía; ¿quieres que te diga el Romance de la Guardia Civil, de Federico García Lorca? Fe-de-ri-co ¡el único!, ¡el apocalíptico!, ¡el río de sangre!” Y entonces Pita, torciendo la boca, levanta la voz y declama espléndida y apoteótica las obras de los poetas que ella admira. Ella se transforma, se ilumina, es otra. Entonces, la entrevista se vuelve un recital.
     –“Los caballos negros son, las herraduras son negras, sobre la capa lucen, manchas de tinta y de cera…”
     “Una noche, no se cómo, ya no puedo recordar por qué, movida por un impulsos superior a mí, yo, que no tenía cultura ni noción de lo que era la  poesía, tomé un lápiz, el único a la mano: el que servía para pintarme las cejas. Y en un pedazo de papel empecé a escribir mis primeros renglones: casa redonda tenía, la redonda soledad…”, confiesa Pita en la presentación a una de sus antologías poéticas, hace más de 15 años.
     Era el mes de mayo de 1920 cuando Guadalupe Amor arribara al mundo; ser extraordinariamente sensitivo, su formación espiritual estuvo incluida por los colegios católicos en los que se p asó gran parte de su infancia y adolescencia.
Su vida ha sido siempre de una intensa búsqueda: primero y siempre de Dios, luego de riquezas materiales, después de reconocimiento de su figura y su belleza y, finalmente, de su poesía, la cual vendría a llenar los vacíos de su existencia.
     “Guadalupe Amor –dice Héctor Azar, uno de sus grandes admiradores– ocupa el lugar de una poeta mayor y sumamente respetable. Dentro del grupo de señoras sigloveintescas dedicadas a los menesteres literarios, Pita Amor se distingue por las características de su obra, así como por las circunstancias en que la produjo”.
     Pita va por la calle y la gente la reconoce por dos razones: una, su distracción al lanzarse a caminar; porque ignora el mundo, el cemento que pisa, la gente que la rodea; así va flotando, perdida en sus pensamientos. La otra razón es su extravagancia en el arreglo: más de seis brillantes anillos en cada dedo; el cuello cubierto por quince o veinte collares de todo tipo, época y color, y un sinfín de pulseras que suben hasta más arriba del codo; su ropa: ligera, primaveral; vaporosa seda que resbala por los hombros dejando al descubierto unos blancos senos, bella muestra de una pasada y maravillosa tentación. Es la Pita de siempre: la coqueta, la vanidosa, la que pregunta a cada momento: ¿dices que estoy mona? ¿no me despeiné?; la que afirma, todavía hoy, con vanidad: “yo no me visto, ¡me cubro!
     “Pita declamaba versos de San Juan de la Cruz llevando un gran escote: era muy atrevida para su época”, dice Elena Poniatowska, su sobrina.
     “Yo la recuerdo –agrega– algunos años antes de que escribiera sus poemas; tenía una sonrisa muy bonita y unas largas trenzas que se ponía alrededor de la cabeza.
     “Una vez me dijo –cuando yo empezaba a escribir– que no me incluyera el apellido Amor: ‘no te compares con tu tía de fuego, con tu tía de sangre; no te compares con tu tía que es un elemento devastador, que es la reina de la noche’. Era como una oda muy hermosa que me gustaba escucharle.”
     –¡Déjeme hablar! Yo no sé más que de poesía; es lo único que conozco. Le hablaré, por ejemplo, del maestro Juan José Arreola, un ser tocado de la divinidad: “de raso negro bordado con alambres de plata…”; de otro genio que ha dado Anáhuac: Manuel José Othón: “…y en un cielo de plomo, el sol ya muerto, y en nuestros desgarradores corazones ¡el desierto, el desierto, y el desierto!…”; le mencionaré al borracho, asesino, veracruzano: Salvador Díaz Mirón: “…hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan ¡mi plumaje es de esos!” (con furia, levantando la voz para que la escuchen, con la saliva agolpada en la garganta); de Rubén Darío: a Nicaragua la devastó un terremoto y Darío sigue allí: “ajena al dolor y al sentir artero, llena de la ilusión que da la fe. Lazarillo de Dios en el sendero, Francisca Sánchez, ¡acom-paña-me!” (y sale a la calle apresudándose; luego regresa y continúa:) “…tienen, por eso no lloran, de p lomo las calaveras, con el alma de charol vienen por las carreteras…”
     –¿Y Gabriela Mistral?
     –Omito, ¡pasemos a otro tema!
     –¿Alfonsina Storni?
     –Yo no hablo de tangos; prosiga.
     –¿De sus maestros?
     –Mis maestros fueron Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, Manuel González Montesinos y el maestro Xavier Villaurrutia.
     –“…con la rueca de acero y de hierro he hilado…”
     –¿Y Dios?
     –Yo no hablo de teología, sólo de poesía. Sobre Dios hablan en los púlpitos, el comercio más grande del mundo. ¿Me permite seguir diciendo mis poemas?
     –“…entre los juncos y la vieja tarde, qué raro que me llamen Federico…”
     –Y supongo que…
     –Sigo hablando del señor Renato Leduc, único sobreviviente de esa extraordinaria generación de Jorge Cuesta, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Carlos Pellicer; Renato Leduc: “Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo…”. Del maestro Pellicer, al que no lo mató la muerte, sino ¡la villanía mexicana!, porque apuñalaron los cuadros de José María Velasco (sonriendo y con fina voz): “…aquí no sucede cosas de mayor trascendencia que las rosas…” (vuelve a su tono enérgico) y lo que dijo a Frida Kahlo: “¡…estás toda clavada de claveles!”
     –¿Sor Juana?
     –La señora de Nepantla, el sol de la corte del virrey de Mancera, esa señora está aparte de todo (entonando los ojos, levantando la cabeza y moviendo los brazos con suavidad): “…siento una vaga agonía, por sentir un devaneo que empiece como deseo y para en melancolía…”
     –“…Carne de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en actitud de entrega…”
      Mientras declama a Neruda mira al infinito, tranquila, escuchándose ella misma, haciendo gala de su voz y su lúcida memoria. Al terminar baja la cabeza, busca con la mano su bolso, mueve los labios con un tic bien perceptible y continúa:
     –Voy a declara algo, apunte: todo lo que escribo actualmente nunca lo doy al “pópuli”, lo doy al íntimo decoro; mis últimas líneas son sólo para mis amigos.
     “conservo, recuerda Azar, el sillón de bejucos y bastones en el que Pita lució su vestido de finísima seda que ella misma se hizo para el recital-homenaje que le hicimos en el Centro Universitario de Teatro. Ese sillón en el que los de mi casa solían recibir a Inmaculada, para que les recordara que la locura no existe, que la locura es una palabra vacía.”
     –¿Quieres que te diga más poemas? –dice Pita con dulzura–; para mí no hay tiempo ni reloj, ni nada–, y acaricia sus anillos.
 
     La Pita es un animal
     lleno de alas celestiales
     de aladas alas cabales
     y tiene algo infernal.
     La Pita es un pedestal
     donde el mundo va a rendirse,
     cuando ella tenga que irse,
     es mezcla de puma y gata
     y hasta de los dioses desata
     cuando ella quiere morirse.

     –Silencio dijo el maestro Alfonso Reyes; nada de comparaciones odiosas: aquí trata de un caso mitológico.
     –Hoy soy más joven que antes, porque la juventud no viene sola: se conquista –dice Pita a manera de confidencia–. Anda, si ya terminamos, vamos a la calle a tomar unos alcoholes, a contar olas chinas y a reírnos de la vida
     Y nos vamos.
   


     Imágenes tomadas de:
    
     (1) Notigram.
    
     Con información de:
     García, E. (1985). La reina de la noche. Entrevista contenida en 100 Entrevistas, 100 personajes. Coordinado por Vicente Leñero. PIPSA. México. 1991.


D. R. Darío Aguirre 2021


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