El higienista más distinguido de México
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
24-10-13
#Semblanza #ElPersonajeDelDía #UnDíaComoHoy 13 de octubre de 1839 nace en Guanajuato el médico mexicano
Eduardo Liceaga, uno de los precursores de los estudios sobre la hidrofobia y
el primero en practicar una inyección en su país. Conocido como el “higienista
más distinguido de México de finales del siglo XIX”. A él se debe el proyecto
para la construcción del Hospital General. Muere el 14 de enero de 1920.
Nació de familia de médicos, en Guanajuato en el año de 1839, cuando la anarquía reinaba en nuestra patria. Estudió medicina en la época romántica de Carpio y Jiménez. Vio al país envuelto en disputas: Las huestes liberales con las conservadoras; encaminarse al trono y al patíbulo la figura de Maximiliano y entrar triunfante al General Porfirio Díaz. Ocupó hasta 1914 los puestos más altos que un médico puede desempeñar y murió a la avanzada edad de 80 años en enero de 1920.
Fue modelo de médico, de caballero, de patriota y de hombre de estado. Aprovechó inteligentemente sus relaciones y las ocasiones que se le presentaron para transformar las condiciones de salubridad de México a cuyo bienestar dedicó su esfuerzo durante la mayor parte de su vida. Lo noble y fructífero de su misión sólo puede ser comprendido si se tienen elementos de comparación.
La Ciudad de México era hacia los 80 del siglo pasado, más parecida en su estructura y condiciones higiénicas, al México de 1690, que al que dejó con su gestión técnica y administrativa el Doctor Liceaga 20 años después.
La aglomeración y promiscuidad provocaban las epidemias de tifo que se repetían con lúgubre ritmo. El agua potable llegaba a la ciudad por viejos acueductos a las fuentes públicas, de donde la llevaban a las casas en grandes jarros los aguadores. Los desechos se vertían por las noches, en las célebres pipas y las lluvias torrenciales de agosto precedían a las inundaciones inevitables en la ciudad pantano, y en tiempos de sequía, las aguas estancadas originaban insoportables olores.
Es difícil creer que la iniciativa, la inteligencia y la honradez de un solo hombre fueran capaces de hacer las transformaciones que logró el Doctor Liceaga. Consiguió que se activaran y se diera fin a las obras de desagüe del valle; logró la introducción del agua potable de los manantiales de Xochimilco; impidió que se establecieran nuevas colonias en la ciudad, si no tenían servicios de agua, drenaje, luz, espacios para jardines y espacios para sembrar árboles en las calles.
Fue director de la Escuela de Medicina y logró elevar el nivel de la enseñanza, incluyó a las especialidades en el plan de estudios entre ellas a la pediatría.
Fue presidente del Consejo Superior de Salubridad y estableció las bases para el Código Sanitario.
Asistió y defendió el nombre y prestigio de México en numerosas reuniones y congresos internacionales; su labor en las reuniones interamericanas fue precursora de los actuales organismos de cooperación intercontinental, en dos ocasiones ocupó la Presidencia de la Academia de Medicina y por primera vez en México, por su iniciativa, se patrocinó la investigación científica a fin de averiguar la etiología y modo de transmisión de la fiebre amarilla. A sus medidas se debe haber desterrado de nuestras costas esta enfermedad, aprovechando las entonces recientes ideas de Finlay. Creó un premio para quien descubriera el germen del tifo y su mecanismo de propagación.
Personalmente, seleccionó y trajo de Europa los más modernos equipos de desinfección y un cerebro de conejo inoculado de rabia, el cual cuidó celosamente de los cambios de temperatura durante la travesía del barco, para lograr por vez primera la fabricación en nuestro país de vacuna antirrábica.
Expresaba como normas de conducta social, que se puede ser amable con seriedad, cortés sin
afectación y que las buenas maneras se comunican por imitación y sin pretenderlo y que se puede vivir
decentemente, sin ostentaciones o lujos. Siendo estudiante del cuarto año de medicina, ganó la oposición de ayudante de medicina operatoria y, después de graduarse, fue triunfador del concurso para ocupar el puesto de profesor adjunto y la cátedra de medicina operatoria de la Facultad de Medicina. Creó un servicio para atender problemas médico-quirúrgicos a niños pobres, formó una sociedad que no tuvo reglamentos ni nombre, pero sí la regla tácita de atender a los enfermos con caridad y dulzura y destinó los cuarenta pesos de sus honorarios mensuales a la adquisición de equipos quirúrgicos.
afectación y que las buenas maneras se comunican por imitación y sin pretenderlo y que se puede vivir
decentemente, sin ostentaciones o lujos. Siendo estudiante del cuarto año de medicina, ganó la oposición de ayudante de medicina operatoria y, después de graduarse, fue triunfador del concurso para ocupar el puesto de profesor adjunto y la cátedra de medicina operatoria de la Facultad de Medicina. Creó un servicio para atender problemas médico-quirúrgicos a niños pobres, formó una sociedad que no tuvo reglamentos ni nombre, pero sí la regla tácita de atender a los enfermos con caridad y dulzura y destinó los cuarenta pesos de sus honorarios mensuales a la adquisición de equipos quirúrgicos.
Con un grupo de amigos fundó la sociedad familiar de medicina en la que se debían expresar las opiniones con franqueza y discutir las de los otros con sinceridad y sin pasión; que los lazos de amistad eran el vínculo de unión y que se debía procurar corregir suavemente los defectos de cada uno de los socios; que después de las reuniones científicas había una hora más de distracción para conversar, jugar ajedrez, dominó, damas, mientras se tomaba té.
Si alguno de los socios faltaba accidental o definitivamente por la muerte, se ponía en su puesto la taza de té que le correspondía como si estuviera presente; que se deberían ayudar con sus penas como hermanos, en suma, que se deberían considerar como miembros de una misma familia y que las reuniones tendrían lugar los lunes de cada semana.
Fue secretario de la Sociedad Filarmónica de México y profesor de acústica y fonografía.
La memoria del Doctor Liceaga se engrandece aún más por ser el iniciador y culminador de la construcción del actual Hospital General de México, el cual concibió como un conjunto de hospitales especiales instalados en un mismo terreno y con una administración común. Este concepto ha sido el rector de su funcionamiento, de la libertad de pensamiento y acción de las diferentes unidades y el anticipo de los que recientemente han sido denominados como centros médicos.
Desde principios de la década de los noventa en el siglo pasado, en varias ocasiones el Doctor
Eduardo Liceaga planteaba e insistía en la necesidad de la construcción de un Hospital General en la Ciudad de México.
El tiempo pasó y no fue sino hasta el 22 de noviembre de 1895 cuando el C. Gral. Manuel González Cosío, Secretario de Estado y Secretario del Despacho de Gobernación, quien por indicaciones del C. Presidente de la República, Gral. Porfirio Díaz, emitió y envió el esperado nombramiento al Doctor Eduardo Liceaga para “elaborar” “Un proyecto de Construcción” de un Hospital General. La obra dio principio el 23 de julio de 1896, fungiendo como director médico de la construcción el Doctor Liceaga y como asociado el ingeniero Roberto Gayol, funciones que desarrollaron hasta el 14 de mayo de 1904. La obra fue terminada el 31 de diciembre de ese mismo año por el arquitecto Manuel Robledo Guerrero.
Desde un principio, el proyecto del Doctor Liceaga señalaba que el Hospital General comprendería los siguientes servicios: 1) Medicina, 2) Cirugía con sus diversas divisiones, 3) De enfermedades venéreo-sifilíticas, 4) De enfermedades de niños, 5) De obstetricia, 6) De tuberculosos, 7) De leprosos, 8) De tifosos, 9) De otras enfermedades para niños, 10) De infecciones puerperales, 11) De enfermos distinguidos no infecciosos, 12) De enfermos infecciosos adultos y 13) De partos reservados.
El discurso del Doctor Liceaga, en la ceremonia inaugural del Hospital General, el 5 de febrero de 1905, sigue siendo un mensaje vivo para las generaciones médicas presentes y futuras. El Doctor Liceaga expresó en la ceremonia inaugural:
"Señores: no vais a recibir un edificio nuevo sino una Institución; tendréis el deber no sólo de
conservarla, sino de perfeccionarla; ella os proporcionará la ocasión de hacer el bien a vuestros
semejantes, no sólo con el auxilio de vuestra ciencia, sino con la dulzura de vuestras mane-
ras, la compasión por sus sufrimientos y las palabras de consuelo de espíritu.
Os vais a encargar de hacer práctica y fructuosa la enseñanza de la medicina; vais a formar
hombres científicos que puedan competir con nuestros vecinos del norte y con los del sur de nuestro continente. Tenemos una deuda que saldar: en el espacio transcurrido del año 33 al 80, siglo pasado, tuvimos en México la supremacía de la enseñanza y de la práctica de la medicina en todo el Hemisferio Occidental, después de esta fecha, los Médicos Norteamericanos cambiaron la forma y dirección con su viciosa enseñanza y no sólo nos alcanzaron, sino que nos superaron. Lo mismo ha sucedido con nuestros compañeros de Chile y la Argentina y tenemos el deber de recobrar nuestra perdida posición científica.
Si alguno de los socios faltaba accidental o definitivamente por la muerte, se ponía en su puesto la taza de té que le correspondía como si estuviera presente; que se deberían ayudar con sus penas como hermanos, en suma, que se deberían considerar como miembros de una misma familia y que las reuniones tendrían lugar los lunes de cada semana.
Fue secretario de la Sociedad Filarmónica de México y profesor de acústica y fonografía.
La memoria del Doctor Liceaga se engrandece aún más por ser el iniciador y culminador de la construcción del actual Hospital General de México, el cual concibió como un conjunto de hospitales especiales instalados en un mismo terreno y con una administración común. Este concepto ha sido el rector de su funcionamiento, de la libertad de pensamiento y acción de las diferentes unidades y el anticipo de los que recientemente han sido denominados como centros médicos.
Desde principios de la década de los noventa en el siglo pasado, en varias ocasiones el Doctor
Eduardo Liceaga planteaba e insistía en la necesidad de la construcción de un Hospital General en la Ciudad de México.
El tiempo pasó y no fue sino hasta el 22 de noviembre de 1895 cuando el C. Gral. Manuel González Cosío, Secretario de Estado y Secretario del Despacho de Gobernación, quien por indicaciones del C. Presidente de la República, Gral. Porfirio Díaz, emitió y envió el esperado nombramiento al Doctor Eduardo Liceaga para “elaborar” “Un proyecto de Construcción” de un Hospital General. La obra dio principio el 23 de julio de 1896, fungiendo como director médico de la construcción el Doctor Liceaga y como asociado el ingeniero Roberto Gayol, funciones que desarrollaron hasta el 14 de mayo de 1904. La obra fue terminada el 31 de diciembre de ese mismo año por el arquitecto Manuel Robledo Guerrero.
Desde un principio, el proyecto del Doctor Liceaga señalaba que el Hospital General comprendería los siguientes servicios: 1) Medicina, 2) Cirugía con sus diversas divisiones, 3) De enfermedades venéreo-sifilíticas, 4) De enfermedades de niños, 5) De obstetricia, 6) De tuberculosos, 7) De leprosos, 8) De tifosos, 9) De otras enfermedades para niños, 10) De infecciones puerperales, 11) De enfermos distinguidos no infecciosos, 12) De enfermos infecciosos adultos y 13) De partos reservados.
El discurso del Doctor Liceaga, en la ceremonia inaugural del Hospital General, el 5 de febrero de 1905, sigue siendo un mensaje vivo para las generaciones médicas presentes y futuras. El Doctor Liceaga expresó en la ceremonia inaugural:
"Señores: no vais a recibir un edificio nuevo sino una Institución; tendréis el deber no sólo de
conservarla, sino de perfeccionarla; ella os proporcionará la ocasión de hacer el bien a vuestros
semejantes, no sólo con el auxilio de vuestra ciencia, sino con la dulzura de vuestras mane-
ras, la compasión por sus sufrimientos y las palabras de consuelo de espíritu.
Os vais a encargar de hacer práctica y fructuosa la enseñanza de la medicina; vais a formar
hombres científicos que puedan competir con nuestros vecinos del norte y con los del sur de nuestro continente. Tenemos una deuda que saldar: en el espacio transcurrido del año 33 al 80, siglo pasado, tuvimos en México la supremacía de la enseñanza y de la práctica de la medicina en todo el Hemisferio Occidental, después de esta fecha, los Médicos Norteamericanos cambiaron la forma y dirección con su viciosa enseñanza y no sólo nos alcanzaron, sino que nos superaron. Lo mismo ha sucedido con nuestros compañeros de Chile y la Argentina y tenemos el deber de recobrar nuestra perdida posición científica.
Señores: Para reivindicar nuestro puesto en el Continente, no necesitamos más que aplicar toda nuestra inteligencia, toda nuestra voluntad a perfeccionarnos en el ramo que hemos elegido para ejercitar nuestra actividad. Este es el contingente que debemos a nuestra Patria. El país en donde cada hombre se empeña en perfeccionar la ciencia, el arte o la industria a que dedica su energía, ese país, se hará grande, pues la suma de esas unidades activas forma la Nación. En este hospital nuestro gobierno ha acumulado un gran arsenal que pone a vuestra disposición para que, en vuestras manos, se convierta en instrumento de hacer el bien a nuestros semejantes y eficaz y fructuosa la enseñanza médica. Parodiando la bella frase con que el Señor Presidente terminó su discurso al inaugurar el ferrocarril de Oaxaca, os diré ¡Compañeros: Ya tenemos los útiles de trabajo: vamos a trabajar!"
Texto original autoría de: Jorge Escotto Velázquez
Con información de:
Imágenes tomadas de:
(1) Wikipedia.
(2) El Norte.
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