Premio Nobel de Literatura 1990
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
21-03-31
Octavio Paz, poeta. |
UNA VENTANA AL MUNDO
–¿Es cierto que nació no en Mixcoac?
–En 1930 comencé a estudiar en la Preparatoria Nacional –en aquella época existía sólo una preparatoria: San Ildefonso–. Los grupos eran de 40, 50 alumno. Para usar la cronología norteamericana, este modo de dividir el tiempo, quizá la gran diferencia entre las décadas 30 y 40 y la de los 90 sea, en primer lugar la situación internacional Aquellos fueron los años del ascenso de Hitler, de la guerra de España, y, al final de ese periodo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Fue la primera vez que los acontecimientos del mundo afectaban la vida de México. Aquí actuaba el grupo de Trosky, de Zinoviev. La gran escisión ocurrió tras el asesinato de Trosky. Todos en esa época fuimos sensibles a esos cambios.
–Dice: “Todos fuimos sensibles a esos cambios”, ¿realmente todos?
–Todos fuimos sensibles, incluso los que no fueron críticos; la prueba de ello es su intransigencia y su dureza. En años anteriores se había dado el movimiento vascocelista. Yo estaba chico, pero me afectó. En ese mismo año, en 1929, sucedió otra cosa importante: la autonomía universitaria. Entré a la Preparatoria en el ocaso de la supremacía de Plutarco Elías Calles. Luego del gran fracaso del vasconcelismo, vivimos con alegría la victoria de Cárdenas sobre Calles. Cárdenas, en lugar de fusilarlo, lo desterró. Esto nos impresionó mucho a los muchachos de entonces. Se dio una serie de cosas muy importantes, como por ejemplo la energía política exterior de México ante el avance del fascismo. Nos convertimos en grandes amigos de la República Española.
–¿Y culturalmente?
–En esos años se dio, culturalmente, una gran influencia de España. Es la época de Unamuno, Ortega y Gasset, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, Machado. Por lo menos en la juventud, España fue una gran influencia cultural. Fue la década en que Cárdenas ayudó a los intelectuales españoles después de la derrota y, también, en que se persigue a los Contemporáneos. México entró a la guerra. Ávila Camacho hizo una política más moderna más moderna. Jaime Torres Bodet estaba en Educación Pública. Hubo muchas cosas en las que yo nunca estuve de acuerdo, ni yo ni muchos de mis amigos. En aquella época asistimos al gran ascenso de la estrella comunista y a la aparición de los primeros nubarrones. Nubarrones que surgieron cuando parecía que iba a triunfar el sol del socialismo en el mundo. Ahora sabemos lo que ocurrió, ahora vivimos lo contrario. En aquella época nació el PRI del PRM; hoy estamos en espera de llegar a una auténtica democracia. Las creencias de esa época se han pulverizado, se han convertido en otra cosa. Es muy distinta la atmósfera que los rodea a ustedes de la que me rodeó a mí.
–¿Cómo encontraba tiempo? La ciudad era chica…
–Claro, era más chica. Además había otra cosa muy importante: los tranvías. había algunos extraordinarios. En los días en que vivía en Mixcoac los tranvías fueron mi bendición, cuando estudiaba en la Preparatoria. De Mixcoac al Zócalo hacía exactamente 45 minutos, en los que se podía leer, meditar, dormir, Ahora los camiones y los trolebuses van llenos. Había entonces dos clases, pero la segunda también era cómoda. En esos tranvías grandes y seguros aprovechaba el tiempo en leer. Del Zócalo nos íbamos a pie hasta la Preparatoria, esto era cuatro veces al día. Íbamos a comer a nuestras casas y regresábamos. Eso significaba casi tres horas de lectura.
–¿Cómo era entonces la enseñanza?
–Es notable la calidad de nuestros maestros de entonces: Samuel Ramos nos daba Introducción a la Filosofía.
COSA DE MUCHACHOS
–¿Era un profesor interesante?
–Era un poco aburrido, pero enterado; a poco tiempo se hizo amigo nuestro. Torri, durante una temporada, nos dio Literatura Española; era un profesor interesante, pero tartamudo. El mejor Torri se nos reveló en su casa, la cual frecuentábamos: platicábamos mucho. Más adelante ya no hice esos trayectos de Mixcoac al centro porque, cosa de muchachos, me fui de mi casa. Me cambié a “La Casa del Estudiante”, que quedaba en el centro de la ciudad. Torri, preocupado, me dio unas tarjetas de recomendación para conseguir empleo de portero del convento de Churubusco. Lástima que no pudo ser. Me volvió Torri a recomendar con Fito Best Maurgard, el pintor, un hombre de gran imaginación, que en aquella época era director de publicidad de la Lotería Nacional. Se le ocurrió que sería efectivo propagar la creencia de la fortuna. Así, me puso a redactar artículos sobre la fortuna, sobre la suerte y el azar. No me fue difícil: los clásicos están llenos de alusiones a la fortuna. Yo escribí muchos artículos, sin firma. Formé parte de un grupo de escritores fantasmas que contaminó la ciudad de México con cuentos sobre viejas supersticiones, escribíamos cosas del tipo de “Cómo la fortuna le fue adversa a Hidalgo al momento de llegar a la ciudad de México, “La fortuna en la historia de México”, etcétera.
–Si cursó con Torri Literatura Española, ¿puede pensarse que la influencia de los clásicos ene us primeros poemas se debe a él?
–No, lo que nos hizo leer un poco mejor fue la literatura medieval; además fue mi profesor por poco tiempo. Lo importante fueron las conversaciones den su casa. Teníamos intereses comunes: nos hizo leer bien a Marcel Proust. Hubo, claro, otros maestros, José Gorostiza no fue mi maestro pero estuvo de profesor ahí; yo iba a verlo en la Preparatoria para platicar con él. Las dos grandes figuras eran don Antonio Caso, que fue mi profesor de sociología, y Vicente Lombardo, que era también profesor, excelente, de sociología antes de su conversión al marxismo. En esos años, luego de haber sostenido una famosa polémica con Caso, Lombardo nos apasionó a todos, la seguimos con mucho interés. Caso, aunque yo tenía mis dudas, después de todo tenía razón.
–¿No los separaba su simpatía por el comunismo o por la vanguardia de sus maestros locales, de los Contemporáneos?
–No había contraposición, además los Contemporáneos no fueron nuestros maestros. En mi caso, había hecho una lectura bastante intensa de novelas y ensayos de diversos autores; pero la primera vez que descubrí la poesía moderna fue en Pellicer, en mi adolescencia. Mi primera poesía, la publicada en Barandal, tiene huella de Pellicer y también de otros poetas, como Alberti o Gerardo Diego. Más adelante me ensombrecí, como todo adolescente. Nuestro grupo tuvo pequeña resonancia, cierto es que era un mundo más pequeño. Coincidió la visita de Alberti a México con la aparición de mi primer libro, Luna silvestre, publicado por la editorial Fábula. Alberti, ya lo he contado, me alentó. Yo me alejé del grupo, me quedé solo, pasé una temporada de silencio y soledad. Luego volví a mis cursos. Leía yo en esos momentos un revoltijo de cosas, leía por ejemplo a Lawrence. Pero aparte de las influencias había esta poesía “de la sangre, del cuerpo”, que me ha seguido acompañando hasta hoy: las revelaciones del cuerpo. Sobre ese libro publicó Bernardo Ortiz de Motellano una pequeña nota contra mi libro criticando lo que él veía como una excesiva influencia de Neruda. Murió Barandal peor yo seguía viendo a mis amigos, a José Alvarado, a Salvador Toscano.
–¿Antes de Taller viajó a España?
–Sí, yo no vivía en México en ese entonces, había conseguido un empleo: el proyecto de fundar una escuela. Estaba en Yucatán cuando recibí la invitación para ir al Congreso antifascista en España. La invitación la gestionaron Rafael Alberti y Pablo Neruda. Alberti ya había estado en México y la gente de la LEAR le había merecido una muy pobre opinión, tal vez por eso de México invitaron a dos escritores que no pertenecían a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Yo nunca estuve cerca de la gente de la LEAR, aunque era muy amigo de los jóvenes comunistas. Me mandaron la invitación a Yucatán por correo ordinario; apenas tuve tempo de llegar a la ciudad de México, casarme e irme en barco, vía Nueva York, a España.
–Antes de llegar la invitación para asistir al Congreso, ¿cómo era su vida en Yucatán?
–Primero vivimos en una pensión. Me interesó muchísimo Yucatán. Descubrí el mundo maya, un descubrimiento muy importante para mí.
–Aparte de asistir al Congreso, ¿qué más hizo en España?
–Conocí a mucha gente; más bien: entreví a mucha gente ilustre, pero con algunos guardé amistad, como con el poeta inglés Stephen Spender y también con Malraux, con quien trabé una amistad de toda la vida. El viaje inicialmente lo hicimos para asistir al Congreso, pero me quedé un tiempo. Allá estaba también una delegación de la LEAR, entre los que iba Silvestre Revueltas, que viajó como un acto de solidaridad con el pueblo español. Asistieron también José Mancisidor y Carlos Pellicer. Después del Congreso permanecí en España ayudando y colaborando con el grupo de la LEAR en el trabajo que ellos hicieron: principalmente montaje de exposiciones y dar conferencias sobre la cultura mexicana. Fue una labor muy interesante.
–¿De qué modo vivió el ambiente de la guerra?
–Caían bombas con frecuencia. Más aún cuando fui al frente del sur. Había un mexicano, Juan B. Gómez, que era comandante de brigada, lo mismo que otro mexicano mucho más famoso: David Alfaro Siqueiros. Estuve con ellos diez o quince días, incluso intenté alistarme. Los Alberti, principalmente María Teresa León, intentaron disuadirme. No sé por qué pero no me aceptaron, probablemente porquero cometí varias imprudencias, entre ellas ser amigo de varios anarquistas, los cuales eran vistos con malos ojos por los comunistas. Durante el sitio de Valencia supe que de mí se decía: “Hay que tener cuidado con Octavio Paz, tiene ligas, no sabemos hasta qué punto, con los anarquistas”.
–¿Cómo transcurría su vida cotidiana en esos días españoles?
–La vida política me interesó y llegó a apasionarme pero mis grandes amigos, a los que veía todos los días, eran los poetas. Me relacioné con la gente de Hora de España porque teníamos posiciones muy parecidas: primero, éramos antifascistas, considerábamos que era indispensable la colaboración con los comunistas; en segundo término creíamos en la independencia de los escritores. Esa era la política de Hora de España y, más tarde, esta sería la política de Taller. En México había conocido a Alberti; lo volví a tratar en Madrid, pero con quien hice amistad más profunda fue con Cernuda y con la gente de Hora de España, como Altolaguirre. En España publiqué mi segundo libro, Bajo tu clara sombra, precedido precisamente por una “Noticia” de Manuel Altolaguirre. Tuve encuentros memorables, por ejemplo con Pablo Neruda, al que mucho me he referido. A Neruda lo quise mucho. Conocí también a Vallejo, que era un hombre extraordinario. Me impresionó mucho oír sus quejas contra Alberti y Neruda.
MESAS Y TERTULIAS, ALGUNAS NOCHES EN EL PARAÍSO
–¿Qué le agradaba a su regreso?
–Cuando regresé a México estaba el Café París. Había varias tertulias. Al regresar a México volví a ver a mis amigos. Trabajé en El Popular, que era un diario sindicalista dirigido por Lombardo Toledano, como periodista y articulista. Colaboraban también ahí Enrique Ramírez y Ramírez y José Revueltas.
–Paralelamente, aparte de sus intereses políticos, ¿tenía otros amigos?
–Iba mucho al Café París con Octavio Barreda y Xavier Villaurrutia. Así que iba a El Popular por un lado y por el otro al Café París. Nunca me discipline a la vida del militante. También había un bar, llamado El Paraíso, que frecuenté mucho en alguna temporada. Más tarde, más avanzada la década, surgieron en México los cafés literarios. A las cantinas no podrían entrar mujeres, pero concurrían mucho a los cafés. De pronto el Café París se convirtió en el gran centro de reunión. En primer lugar iban gentes de cine, periodistas, pero también iban escritores. Los que quedaban de los Contemporáneos tenían su mesa; había otra mesa de jóvenes y otra de comunistas, estos últimos hacían la revista Ruta. Nos encontrábamos unos frente a los otros. Nos veíamos, nos saludábamos, a veces íbamos de un lado a otro. Estaba Ermilo Abreu Gómez, amigo de Barreda y mío, Había otros grupos, como el de Juan Soriano, que llegaba más tarde, y el grupo de las mujeres.
–¿Con quién iba Soriano?
–Con Lupe Marín, Lya Kostakowsky y María Izquierdo, que era una de las instituciones del café. Otras instituciones eran Barreda, Villaurrutia y Lupe Marín. Todos ellos eran amigos. En otro lado del café se ubicaba José Mancisidor.
–¿Fue siempre feliz su amistad con Pellicer, siempre luminosa?
–Hubo muchos altibajos en mi amistad con Pellicer. No estaba de acuerdo con algunas ideas y con ciertos poemas míos, pero en fin: siempre lo estimé mucho.
–Pellicer expresó que prefería su poesía “anterior”, es decir, la anterior a Salamandra. Tal vez lo hizo dolido por aquella frase suya (Pellicer no es un poeta de poemas sino de instantes poéticos).
–Me gustaría referirme a esa frase. No creo que esa frase lo haya “matado”. Quizá lo dije mal, quise decir que los mejores poemas de Pellicer son los poemas breves. Cuando él intentó el poema extenso lo traicionaba la elocuencia. Tiene cosas geniales, como aquello de “El caimán es un perro aplastado”.
–¿Quién era el eje, el centro de la cultura en aquellos momentos? ¿Alfonso Reyes?
–En ese momento Reyes no estaba en México. Reyes era el gran mexicano que vivía en Sudamérica. Vivió primero en Buenos Aires y luego en Río de Janeiro. A Alfonso Reyes lo conocí cuando regresó a México a hacerse cargo de la Casa de España. Se dio entre ambos una gran amistad: lo admiré, lo admiro, lo quise mucho. Lo comencé a ver no sólo en El Colegio de México sino en su casa. Vivía en esa calle que antes se llamaba Juanacatlán, aunque en esos tiempo creo que tampoco se llamaba así. Yo vivía muy cerca de ahí, cerca de donde vive ahora José Emilio Pacheco. Cuando estaba muy triste, muy desesperado, muy cansado, o con ganas de tener una conversación, yo le llamaba por teléfono: “Don Alfonso, ¿puedo ir a verlo?” Me dio siempre buenos consejos no solamente literarios sino personales.
–¿Llegó a distanciarse de Efraín Huerta?
–De él nunca me sentí distanciado. Bueno, había cierta distancia intelectual y política, pero yo nunca tomé en serio esas cuestiones. Con José Revueltas fue distinto, con él sí discutí bastante, aunque finalmente la historia me ha dado la razón. Con Efraín, en cambio, no era posible el diálogo político. Siempre sentí profundas coincidencia con Revueltas.
–¿Por el sentido religioso que permeaba su pensamiento político?
–No, por su actitud intelectual. Para Revueltas las ideas contaban, se apasionaba con ellas. Los comunistas de la época lo aceptaban con incomodidad: eran beatos.
–¿Continuó viendo a sus otros amigos, por ejemplo a José Alvarado?
–A José Alvarado siempre lo vi, le tenía mucho afecto. En fondo Alvarado siempre fue un escéptico. No se lo decía, pero coincidía con él.
–Disuelta Taller usted colaboró con Barreda en El hijo pródigo y poco después se marchó de México…
–Me fui de México en 1943 y volví diez años más tarde. Abandoné el país justo en el momento de la guerra: la ciudad estaba llena de extranjeros. Por un lado estaban los españoles, con varios de los cuales trabé una relación muy profunda; también esta Neruda, con el que tuve una amistad que terminó en pleito; también fui amigo de los surrealistas que vinieron a México: Wolfgang Paalen, Benjamín Péret, Leonora Carrington, Remedios Varo, Alice Rato. Había una atmósfera cosmopolita. Era un México mucho más chico pero mucho más abierto.
–¿Qué situación encontró a su regreso, en los años cincuenta?
–Me sorprendió encontrar otro México. Me encontré con que todavía había algunos sobrevivientes de los Contemporáneos. Novo seguía escribiendo, lo mismo que Pellicer. A Novo siempre le tuve estimación pero nunca acabamos de ser buenos amigos., lo que lamento ahora. Pellicer, en cambio, siempre fue uno de mis mejores amigos: siempre estaba en lo suyo. en realidad, del grupo Contemporáneos yo tuve sólo tres amigos: Jorge Cuesta, Villaurrutia y Pellicer. La generación de Contemporáneos tiene una característica esencial: es una generación de excelentes poetas. Es muy difícil decidirse por uno de ellos. ¿Por qué no gozaron de la estima pública que se les brindó a otros poetas de su generación, como Neruda y Borges? Tal vez se debe a que la aventura poética de los Contemporáneos se acaba muy pronto. Aunque eran muy inteligentes no fueron capaces de desarrollar críticamente su obra poética. Tomemos a Pellicer como ejemplo: en él no hay una evolución poética. Su poesía es la de un poeta eternamente joven que paree estar descubriendo por vez primera el mundo. Los Contemporáneos son poetas por acumulación, no se advierte en ellos la construcción de una obra.
–Luego de su estancia en Estados Unidos, Francia y Japón, ¿qué más encontró a su regreso?
–Me encontré con que el otro fragmento de mi generación, gente como Rulfo, estaba escribiendo. Pero sobre todo me encontré con un nuevo grupo, una nueva generación cuya cabeza más visible era Carlos Fuentes. La gran novedad era que habían desaparecido los cafés. Yo quise reanimar uno, pero fracasé, no humo manera. Intenté que nos viéramos de nuevo en cafés pero o no iba nadie o iba mucha gente, gente que no nos interesaba. Ya no había tertulias, la gente acostumbraba reunirse en casas. El concepto de generación, aclaro, siempre es equívoco porque las personalidades siempre son más importantes que los grupos.
–¿Por qué a su regreso no pensó fundar una nueva revista, una nueva aventura, con compañeros suyos de generación como José Luis Martínez o Chumacero? ¿Por qué se acercó a los jóvenes?
–Al legar me sentí cerca de los jóvenes, especialmente de Carlos Fuentes. También, aunque un poco menos, de Tomás Segovia. La Revista Mexicana de Literatura se inició con reuniones periódicas en mi casa. En aquella época ellos se sentían incómodos con el quietísimo de la ciudad de México; yo, que acababa de regresar, debí significar una ventana al mundo. La década de los cuarenta, pese al ambiente cosmopolita al que me he referido, fue en México, intelectualmente, un poco triste. Se seguía pensando en términos de “compromiso”. Fuentes y Segovia comprendían que era necesario abrir ventanas: siempre hay que abrir ventanas, dejar que circule el aire. Fue también importante, en esa revista, el planteamiento que hicimos de lo que se llamó “tercera vía”. Introduje esta idea en México, convencido, luego de mi gran decepción de la Unión Soviética, de que la vía comunista estaba profundamente equivocada. Mi desencanto, ya lo saben, se dio al momento de la firma del tratado germano-soviético. en esos momentos, a finales de los años treinta, me encontraba cerca de los comunistas; luego de ese acontecimiento me separé de ellos. Esto fue para mí decisivo. cuando viví bien los Estados Unidos pensaba que todavía era posible una revolución proletaria, tal como lo había previsto Marx, en los países desarrollados de Europa. Cuando viajé a este continente, me di cuenta de mi error.
–¿Y la recepción crítica de su obra?
–Les pondré algunos ejemplos. Más que críticas publicadas en periódicos o revistas acerca de la Libertad bajo palabra recibí cartas, algunas muy generosas, como la de Alfonso Reyes, cartas de españoles y sudamericanos que me siguen conmoviendo. Recuerdo también la de Julio Cortázar. El laberinto de la soledad fue recibido con una crítica adversa y, en algunos casos, escandalizada. he tenido mala suerte con la crítica en México, pero mi caso no es el único. La crítica es una de las partes menos vigorosas de nuestra literatura. La otra: la carnívora vida literaria mexicana, aunque, para ser justos, la vida literaria es todo el mundo es espantosa. En lo posible hay que evitarla, en todas partes está llena de púas y de lanzas.
Imágenes tomadas de:
(1) INBA.
Con información de:
(1) Juan José Reyes, J. J y García Ramírez, F. (1991). Una ventana al mundo. Entrevista en En 100 Entrevistas, 100 personajes. coordinado por Vicente Leñero. PIPSA. México.
D. R. 2021 Darío Aguirre