martes, 30 de junio de 2020

José Vasconcelos

El Hombre de América



Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
17-06-30
20-06-30 


Nota: Debido a que Blogger de Google oculta las publicaciones hechas en el blog antes de 2018 a las búsquedas internas del público, y en las búsquedas externas coloca a las mismas como "no seguras", he decidido volver a publicar todas las semblanzas realizadas en 2016 y 2017 el mismo día a que correspondan en las efemérides. Todas las publicaciones anteriores a junio serán reeditadas el siguiente año, pero puede accederse a ellas a través de las Efemérides Mexicanas de este 2020 ya que en cada fecha se pone la liga a la entrada del blog. 
 
#Semblanza #ElPeronajeDelDía #UnDíaComoHoy 30 de junio de 1959, muere en la ciudad de México, el ilustre abogado, maestro, historiador, escritor y político don José Vasconcelos. Imprimió una definida y nacionalista etapa cultural a su paso por la Secretaría de Educación Pública durante el gobierno del general Álvaro Obregón.
José Vasconcelos nació el 27 de febrero de 1882 en Oaxaca, Oax., (México).
Fue el segundo de los nueve hijos de Ignacio Vasconcelos Varela, funcionario del Resguardo Aduanal Mexicano, y de su esposa Carmen Calderón Conde, hija de un senador porfirista.
Cuando contaba con seis años de edad, su familia se radicó en Piedras Negras. Para inicios de 1895 se trasladaron a Toluca, donde estudió en el Instituto Científico y Literario. Al año siguiente fueron a vivir a Campeche, donde José Vasconcelos cursó estudios en el Instituto de Ciencias y Artes, graduándose en 1898. A finales de 1906 se casó en Tlaxcala con Serafina Miranda.
 
José Vasconcelos.

En la Escuela Nacional de Jurisprudencia, obtuvo el título de licenciado en derecho en 1907.
Fue discípulo de Justo Sierra, y formó parte del Ateneo de la Juventud, que en torno a 1910 se enfrentó al positivismo como corriente filosófico–científica y al dictador Porfirio Díaz, impulsando una corriente crítica y de renovación ideológica y política.
En su Estética, expone su teoría sobre la evolución del universo y la reestructuración de su sustancia cósmica, en los órdenes físico, biológico y humano.
Adusto.
Estuvo comprometido con el movimiento revolucionario apoyando a Francisco I. Madero en el Partido Antireeleccionista y más tarde a los presidentes Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Al parecer, Vasconcelos fue quien redactó el lema maderista: "Sufragio efectivo no reelección".
Ejerció como rector de la Universidad Nacional, a la que convirtió en institución revolucionaria.
En 1921 fue nombrado por Álvaro Obregón, Secretario de Educación Pública y durante tres años, hasta su enfrentamiento con él y su posterior exilio en Estados Unidos, llevó a cabo 'una verdadera cruzada nacional' en favor de la educación popular. Hizo todo lo posible para impulsar la educación indígena, la rural, la técnica y la urbana; entre sus obras creó redes de bibliotecas, misiones culturales, escuelas normales y Casas de Pueblo, que convirtió en centros educativos básicos. Apoyó la obra de los primeros muralistas y construyó el Estadio Nacional como lugar de espectáculos populares.
En 1925 publicó La raza cósmica, obra en la que se expone algunas de sus reflexiones sobre el indigenismo.
En 1929 regresó a su país como líder de un movimiento político apoyado por las masas que se enfrentaban al callismo dominante. Al fallar su intento de obtener la presidencia regresó a su retiro personal.
A finales de enero de 1931 se reúne en París con su amante Antonieta Rivas Mercado Castellanos (hija del arquitecto que construyó la Columna de la Independencia). El 10 de febrero la Antonieta se suicidó en la Catedral de Notre Dame con la pistola que Vasconcelos siempre llevaba consigo.
En 1933 Vasconcelos se trasladó a Argentina, y en 1935 a los Estados Unidos. Regresó a México el 21 de septiembre de 1938 estableciéndose en Hermosillo.
Frase de José Vasconcelos.
Esperanza Cruz fue su segunda esposa. Se casaron en diciembre de 1943.
En su obra filosófica se reivindica la intuición emotiva, opuesta a toda forma de intelectualismo y a la que sitúa en la base de su sistema metafísico (Tratado de metafísica, 1929). Entre sus obras destacan: Ulises Criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), y Breve historia de México (1937).
Por sus trascendentes cátedras universitarias, discursos y ensayos, se le denominó "El Maestro de América". Él fue el autor del lema de la Universidad Nacional de México: "Por mi raza hablará el espíritu".
José Vasconcelos falleció el 30 de junio de 1959 en Ciudad de México.


Aquí una infografía que es encuentra en internet sobre José Vasconcelos.
Infografía.
 
A continuación reproducimos la entrevista que el periodista Víctor Alba publicara en su libro Mexicanos para la historia, 12 figuras contemporáneas, y que hiciera al historiador Alfonso Taracena en torno a la persona de José Vasconcelos.

JOSÉ VASCONCELOS 
Parece mentira cómo los recuerdos, cuando han arraigado profundamente, surgen a la superficie de la memoria, al ser llamados por la insistencia de un reportero, tan ordenados y coherentes que parece que se refieran a hechos de ayer mismo. Escuchando al periodista Alfonso Taracena hablar de José Vasconcelos, uno no puede por menos de hacerse esa reflexión banal.
Taracena, recostado en el sillón, se incorpora, de vez en cuando, movido por el resorte de la memoria. Cuando relata algo que le llegó a hurgar en las pasiones, no puede contener sus gestos. A veces, en cambio, baja la voz, y su relato se parece a una confesión.
Taracena –con el cabello castaño claro que comienza a clarear– no tiene necesidad, desgraciadamente de cerrar los ojos para evocar las imágenes de lo que cuenta. Está muy enfermo de la vista y en vísperas de que le operen los ojos. Esto le da un nerviosismo contenido, una especie de vagabundeo de la palabra –y a quién no, en su circunstancia?– que hace de su relato algo espontáneo, en cuyas frases no se atreve el reportero a meter la pluma. He aquí, pues, el texto integro del largo monólogo de Taracena, tal como lo tomó el lápiz del reportero.
–Me satisface que el licenciado Vasconcelos se fijara en mí para hablar de él, porque esto indica que comprende que puedo hacerlo con serenidad, sin fanatismo y sin la inquina maligna de sus malquerientes, que no han logrado, con todo, disminuir en lo mínimo su grandeza. Digo que sin fanatismos, por que por ahí afirman que en un tiempo nos enemistaron en tal forma que resulté víctima de las injustas violencias, naturales en una fuerza arrebatadora de la naturaleza como es Vasconcelos.
La Raza Cósmica, portada.
»Sucedió que yo serví a Vasconcelos cuando él se encontraba en el destierro, acosado por los elementos oficiales y condenado hasta por sus más acérrimos partidarios. El doctor Guisa y Acevedo llegó a decir que serví a Vasconcelos ‘en forma única en el mundo’. En la época del general Calles, fui a dar dos veces a la cárcel por ayudarlo a él. En esos días mataban a los vasconcelistas, como León Ibarra y González Villa, que es paz descansen. Los estrangulaban por cientos y hubo algunos que hasta sus fosas tuvieron que cavar.
»Me detuvieron, una de las veces, y me condujeron a presencia del subjefe de la policía –no recuerdo su nombre–. Le dije que marcharía con él. El subjefe me dejó libre, al ver que la cárcel no me haría cambiar.
»Fue después cuando surgió el malentendido entre Vasconcelos y yo. Lo cuento, porque refleja muy bien el carácter del maestro. Fuimos a Nueva York cuando se encontraba exiliado. Vivimos en el mismo hotel, en el mismo cuarto, muchos días. Me vino la idea de hacer algo parecido a lo que Perú de la Coix hizo con Bolívar en su Diario de Bucaramanga: recoger, día a día, las conversaciones, comentarios y hasta chistes de Vasconcelos. Pero los intereses personales de algunos temieron su impacto en la opinión pública y prácticamente lo secuestraron e hicieron destruir. Viajando con Vasconcelos, se titulaba. Yo, tan sólo conservo un ejemplar.
»Pinté a Vasconcelos tal como es, con sus propias palabras. Al verlo, se rió. Pero los críticos y algunos amigos del maestro, le dijeron que lo que allí se publicaba era peligroso para ellos. Me desmintió. Y yo lo desmentí publicando cartas firmadas por él en las que hablaba de gentes y cosas en los mismos términos que yo le hacía hablar, en el libro. Creo que eso le hice un gran bien. Un día, un redactor de Hoy fue a entrevistar al maestro y éste le dijo, entre muchas cosas: ‘Con Taracena tuve una riña vulgar, pero nunca he dejado de reconocer su lealtad, etc.’.
»Una prueba de ello es que un líder político expresó que yo estaba haciendo un positivo beneficio a Vasconcelos, pues daba a conocer actitudes de éste de un elevado patriotismo.
»No nos volvimos a ver. Hasta después que, de vuelta a la Patria, Vasconcelos fue a Tabasco. El gobernador, Noé de la Flor Casanova, lo llevó a una fiesta. Luego lo llevó a casa de un viejecito y éste le preguntó por su hijo. –¿Quién es su hijo? –inquirió Vasconcelos–, Y al saber que era yo, lo abrazó y habló ante todo el pueblo poniéndonos por las nubes. Poco después, nos reconciliamos al encontrarnos en un banquete de intelectuales… Había por lo menos trescientos… diz que intelectuales, pues no sé de dónde van a salir tantos, en México…
»Conocí a Vasconcelos en 1914, cuando yo acababa de llegar a la capital, a estudiar. Triunfaba la Revolución. El general Eulalio Gutiérrez tenía el mejor gabinete que se haca ofrecido jamás al país: Valentín Gama, Martín Luis Guzmán, Vasconcelos. Un grupo de estudiantes fuimos a ver al maestro, para que nos ayudara a sacar una revista de preparatorianos. Íbamos Gómez Morín, Lucio Mendieta y Núñez, Arturo Martínez Adame, yo… Vasconcelos nos dio su aportación: 20 pesos. Por cierto, que la revista no se publicó, porque en esa época entraban y salían los zapatistas y todo era un relajo bonito. Alguien se clavó los 20 pesos…
Breve historia de México, portada
»Recuerdo, que al ser electo Director de la Preparatoria el maestro Antonio Caso, Vasconcelos asistió a su toma de posesión. En su discurso, el maestro Caso recitó una frase de aquél que se me gravó y de la cual él ni siquiera se acuerda… A ver, era así ‘El éxito es fugaz y mediocre; aparece con el instante, muere con él…’
»Viéndolo, primero en su despacho oficial, después en esta ceremonia ruidosa, me sorprendió y atrajo su aspecto atormentado. La gente le ha reprochado, luego, que estuviera con Villa. Yo lo comprendo. Vasconcelos era maderista, fue su consejero político. Cuando asesinaron a Madero, se fue con el grupo de maderistas y no con Carranza, que era el gran enemigo de Madero. Se fue con el grupo del doctor Silva, de Díaz Lombardo, dirigido por Felipe Ángeles. Y este grupo dejó a un lado a Villa para sostener a Eulalio Gutiérrez, que representaba la legalidad. Vasconcelos fue quien redactó el manifiesto desligándose de Villa, de Zapata y de Carranza.
»Luego vino el primer exilio a Estados Unidos. Cuando regresó, desde luego, fui a verlo. El maestro era, entonces, rector de la Universidad. A mis ojos –que a la razón veían bien– seguía siendo un atormentado.
»Al lanzarse candidato a la Presidencia, era yo corresponsal de una serie de periódicos foráneos, y eso me permitió hacerle mucha propaganda indirecta, decir la verdad de las masas que lo seguían, que acudían a sus actos. Recuerdo un discurso suyo, en Xochimilco, del cual tampoco debe acordarse: ‘Si venzo –dijo–, le daré 24 horas a mister Morrow para que haga sus maletas y salga del país’, Mister Morrow, que luego fue suegro del aviador Lindberg, era el embajador de Estados Unidos en México.
»Nuestra amistad se hizo, así, más íntima. Yo le decía que ponía a su órdenes 80,000 hombres en armas, refiriéndome a la frase de Napoleón según la cual un diario vale tanto como los soldados.
»Fue cuando se fue, que lo empezaron a calumniar. Decían que huyó, que abandonó a sus partidarios. No es cierto. Estuvo en Guaymas, intentó alzarse, escribió un manifiesto al país que se llamó el Plan de Guaymas. Pero nadie respondió. Como le decía un viejo maderista: ‘Ya la gente valiente se murió, licenciado’.
»Me quedó en México, conspirando y defendiendo al maestro a través de los diarios, en lo que se podía. Por esta época, el callismo –el régimen más abominable que ha tenido México– mataba a los vasconcelistas con ganas y corrí mucho peligro. Nos faltaba dinero y nos sobraban espías del gobierno, que sabían todos nuestros pasos. Vasconcelos decía que necesitaban sólo 50 hombres armados para que él entrara por la frontera y triunfara. Pero no pudimos juntar ni cinco…
»Ya en el exilio, viviendo en California. Calles hizo gestiones para reconciliarse con Vasconcelos. Tuvieron entrevistas y, después que Calles dió cincuenta explicaciones, llegaron a ponerse de acuerdo. Cuando al maestro se le terminó el plazo para su residencia en Estados Unidos, Calles, que era muy amigo del gobernador de California, le consiguió arreglar la situación.
»Pero vino a la Presidencia el general Ávila Camacho. Vasconcelos regresó. En Hermosillo el general y el licenciado se saludaron. ‘Ya sé que usted no es amigo mío –le dijo el general–, pero yo sí soy amigo de usted’. Ávila Camacho  no olvidaba el antimilitarismo esencial de Vasconcelos.
»Desde España, durante su exilio de trotamundos, Vasconcelos me escribió diciéndome que acaba de terminar un libro –era Ulises criollo– y que mirara si podían publicarlo en el folletón de la revista Omega. Me indicó que pidiera que le dieran siquiera ocho pesos a la semana, por ello, pues se encontraba muy «bruja», Ofrecí el libro a los diarios de provincia, y conseguí enviarle ochenta dólares a la semana en vez de los ocho pesos con  que habría salido del paso.
»Ese Ulises Criollo fue uno de los tres únicos libros que han tenido, en México, un auténtico éxito de público. Los otros dos fueron La Sucesión Presidencial, de Madero y El Verdadero Juárez, de Bulnes. Si el libro salió como es, como todos lo conocen, imaginen lo que habría sido de no mostrarse Vasconcelos, tan… digamos temperamental cuando trabaja…
»Porque trabaja en el mayor desorden. Necesita secretario, y lo vuelve loco. Escribe a máquina, de cualquier manera. Nunca corrige, odia la meticulosa labor de releer sus escritos y ponerle comas, acentos, y sobre todo, se horroriza al ver cómo quedan desfiguradas las palabras, a veces inidentificables, cuando él las ha escrito a máquina. Traspone las letras de una manera espantosa. Corre por ahí un libro de la Universidad, una Historia de la Filosofía, que escribió sin secretario y se mandó a la imprenta sin corregir. A pesar de la buena voluntad de los linotipistas, como esos no conocen los nombres de filósofos ni el léxico de la filosofía resultó un revoltijo tipográfico.
»No tiene archivo alguno. Ni siquiera conserva la colección de sus artículos. ‘No guardo papeles’, dice el maestro. Se fía de su memoria y hay que reconocer que no lo traiciona jamás.
Ulises criollo, portada
»No es un hombre rencoroso, pese a que su estilo podía hacer creer lo contrario. Se enoja con mucha facilidad, pero es un fuego de virutas. Con igual facilidad, perdona. La única excepción es… bueno, mejor no citar su nombre… la única persona a la cual, que yo sepa, no ha perdonado jamán, es un individuo al cual califica de traidor.
»No ha perdido sus ansias de viajar, pero ahora, su hija y sus nietos lo detienen en México con más fuerza que antaño su arrebatada pasión política.
»Hace poco, fue a Buenos Aires a un Congreso de Filosofía. Perón le ofreció lo que deseara para que se quedara en Argentina. No quiso.
»Traiga a su familia –le decía–, –No, contestaba, mis nietos son mexicanos y no debo desarraigarlos de su patria.
»Tal vez en este último viaje a lo largo de Sudamérica es cuando nos hemos podido dar cuenta de que Vasconcelos es realmente el Hombre de América. En todas partes, espontáneamente, la gente que se encontraba en los aviones o en los aeropuertos, lo saludaba en masa, lo rodeaba de atenciones, lo aplaudía si eran en número suficiente para encender una ovación. Todo era poco para él, en cuanto se enteraban que iban con Vasconcelos. La mayor parte de las veces, se enteraban con sólo verlo, porque su imagen corre por todos los periódicos del continente y se queda grabada en las memorias.
»Cuando se viaja –y ahora sólo sale a Ixtapan de la Sal y a San José Purúa, para estar solo y trabajar–, no sabe vivir lejos de los libros. Por esto, sospecho, es por lo que ha aceptado ser director de la Biblioteca México. Cuando está cansado de leer o escribir, se pone la cabeza entre las manos, apoya los codos en la mesa, y se pasa así horas enteras, meditando, fantaseando… descansando, dice él.
»Vasconcelos no es rico, no lo ha sido nunca. Pero le gusta vivir bien. Sus libros le dan para vivir modestamente. ¿Cómo consigue llevar una existencia holgada? Muy sencillo. Todo su secreto estriba en un lema que parece de manual escolar: laboriosidad y economía. Trabajar, trabajar y trabajar, y gastar lo necesario, pero no más…
»Claro que lo necesario, en el caso del maestro comprende una buena mesa, pues es un gourmet fino, y le encanta la cocina española y los vinos españoles son su gran afición. Por eso afirma que los peores tiranos de la humanidad son los médicos.
»Tanto como su talento, admito su honradez. En tiempos de Obregón, manejaba más de sesenta millones de pesos anuales.. de pesos de los de entonces. Al dejar la Secretaría de Educación, no era raro que  me lo encontrara viajando en camión o tranvía. ¿Hay muchos hombres de gobierno de los que sus amigos conserven una imagen tan sencilla, tan humilde? La humildad de veras, era él, consiste en esos detalles, y no en lo que muchos políticos llaman así y que no es otra cosa que sumisión  acomodaticia.
»Sus malquerientes le reprochan que, habiendo enseñado tanto a odiar las tiranías, ahora defienda a Franco, a Perón, a los que derrocaron a Rómulo Gallegos, por ejemplo. La respuesta podrían encontrarla en el recuerdo de las mismas lecciones del maestro y es muy sencilla: Vasconcelos reacciona así porque, ante todo, es cristiano, y por ello está con los países que defienden el cristianismo contra la Internacional del Odio.
»No comprenden su actitud porque no quieren comprenderla. Los últimos que sí lo entienden son los comunistas, quienes, deseando ningunearlo, afirman por ahí que Vasconcelos está acabado. El mejor mentís a eso lo ha dado en un artículo reciente, escrito al salir de sus última enfermedad.
»Ese artículo me emocionó, me hizo levantar de la cama y correr a verlo. Se titulaba La Primera Llamada. La primera llamada de la muerte… Me acompañó, en esta visita, un muchacho aficionado a la pintura. Vasconcelos, convaleciente apenas, le habló de arte, le pidió que le enseñara sus cuadros. El chico le regaló uno, días después. No es una obra maestra.  No puede parangonarse, claro está, con otros cuadros que Vasconcelos tiene en su casa. Pero el respeto por el afán del muchacho, por su ambición artística, el espíritu de maestro de Vasconcelos lo impulsaron, sin premeditación, sin querer hacer ningún gesto, a colgar este cuadro de aprendiz al lado de los maestros del pincel. Y ni Vasconcelos sabe lo mucho que esto, tan sencillo, ha estimulado a mi amigo, el incipiente artista.
»Ahora, Vasconcelos no puede llevar la misma vida de tantos años. No puede levantarse temprano. Aunque, la verdad es que siempre le gustó muchísimo dormir y para justificar este gusto decía que las mujeres norteamericanas se conservan tan frescas porque duermen mucho.
»Tanto le encantaban las sábanas que en una ocasión había en el vecindario de donde vivía el maestro, dos perros ladradores… De esos que parecen divos entre los perros. Los manto matar, secretamente. No podía soportar que sus ladridos lo despertaran.
»Poco antes, en mi artículo había escrito que desconfiaba de los que aman a los animales. Se lo reproché, recordándole mi afición a ellos. Le pregunté: ‘¿Y usted no desconfía de los que mandan matar perros, porque estos ladran’?
»El maestro , en uno de sus arrebatos sarcásticos, contestó: ‘Claro, yo soy un hombre abominable.’»
Taracena se ríe, casi sin despegar los labios. Y el reportero recuerda que, al hablar con Vasconcelos para pedirle que le diera el nombre de un discípulo que pudiera hablar sobre él, recibió esta respuesta:
–No tengo discípulos. Sólo tengo amigos, pero muy buenos.
Y han leído ustedes, ahora, lo que uno de ellos opina de Vasconcelos.

Imágenes tomadas de:
(1) 
(2)

Con  información de:
(1) Biografías
(2) Alba, B. (1952). José Vasconcelos. Entrevista a Alfonso Taracena. En: Mexicanos para la historia, 12 figuras contemporáneas. México.

D. R. 2017 Darío Aguirre





No hay comentarios:

Publicar un comentario