Quien nos regresa el realismo mágico
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
18-08-22
#Semblanza, #Efemérides, #EfeméridesMexicanas,
#UnDíaComoHoy 22 agosto de 1998 fallece Elena Garro, gran novelista y periodista
pero sobre todo dramaturga que incursiona en el “realismo mágico”.
Nace
en Puebla en 1920, de acuerdo a la Enciclopedia de México, aunque otras fuentes
refieren el 11 de diciembre de 1916. De origen español, se educó en su casa. Ya
en su juventud estudió letras en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). En su época estudiantil fue coreógrafa del teatro de la misma
universidad, bajo la dirección de Julio Bracho.
Elena Garro, escritora. |
Desde 1954 escribió guiones cinematográficos
y sus primeros trabajos teatrales. En 1957 se da a conocer como gran dramaturga
con el grupo universitario Poesía en voz
alta, que escenificó tres de sus obras en un acto, que fueron publicadas al
año siguiente, en un volumen titulado Un hogar sólido.
Casó con Octavio Paz en 1937, quien entonces
era alumno de la Facultad de Filosofía y Letras. Con él viajó a España en plena
Guerra Civil y tuvo acción en la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la
Cultura en Madrid.
Su obra se caracteriza por una complejidad
singular, con una fuerza particular, a semejanza de sus personajes teatrales.
Colaboró con diversas publicaciones
culturales de México y España, y gracias a ello se han difundido sus obras
teatrales, cuentos, fragmentos de memorias y de novelas.
Durante décadas vivió en Estados Unidos,
Francia y Madrid.
Hizo coreografías y colaborado en periódicos
de México y el extranjero. Sus últimos años los vivió en Cuernavaca.
Reconocimientos:
Premio Xavier Villaurrutia (1963) por su
novela Los recuerdos del porvenir, obra que ha sido traducida al francés y es
base de la película del mismo nombre (1968).
Premio Grijalbo (1980) por su novela
Testimonios sobre Mariana.
Su obra:
Teatro:
Un hogar sólido y
otras piezas en un acto (1958);
La mudanza (1959);
El rey mago (1960), representado en
televisión;
La señora en su
balcón (1963);
El árbol (1963);
La dama boba, El encanto, Tendajón mixto
(1964);
Los perros (1966);
Recollections of
Things to Come
(1969);
Felipe Ángeles (1979);
Guión cinematográfico
Qué pasa con los
Tlaxcaltecas
(1964);
Novela:
Los recuerdos del
porvenir
(1963);
Testimonios sobre
Mariana (1980);
Reencuentro de
Personajes
(1982);
La casa junto al
río (1983);
Relato:
Andamos huyendo
Lola (1980).
Cuento:
La semana de
colores (1965)
y otras.
Fallece el 22 de agosto de 1998.
Anexamos aquí un entrevista que fue hecha a
Elena Garro en 1965 por Juseph Summers, publicada en un periódico no
especificado, vuelta a editar en el libro 100 entrevistas, 100 personajes.
Escritora nacida en Puebla en 1920. Estudió
letras en la UNAM; donde hizo coreografías para el teatro universitario que
dirigía Julio Bracho. Colaboró en publicaciones como México en la Cultura, La
Palabra y El Hombre, y Revista de la Universidad. Algunas de sus obras de
teatro son: Andarse por las ramas, La mudanza, El árbol, La dama boba y Felipe Ángeles; ha escrito cuento: La semana de colores; y novelas: Testimonios sobre Mariana (Premio
Grijalbo 1981), Reencuentro de personajes
y Los recuerdos del porvenir que le
valió el Premio Xavier Villaurrutia en 1963, y ha sido llevado al cine.
LAS LETRAS COMO
DESTINO
—Primero, Elena, ¿quisieras comentar un poco
cómo te formaste como escritora?
—Pues,
como escritora, no sé. Yo me formé en un pueblo en el sur de México. Mi padre
era español, pero era un español muy culto; entonces, en la casa no íbamos al
colegio. Era una casa muy grande en un pueblo de indios nada más, en estado de
Guerrero, muy primitivo. No había luz eléctrica, ni había nada. Y mi papá y mi
tío, eran ocultistas. Ellos habían estudiado en Europa y eran así, muy locos,
muy románticos. Entonces, nos enseñaron francés, nos enseñaron latín y tenían
una biblioteca muy grande, con todos los clásicos españoles, griegos, latinos,
ingleses y alemanes. Franceses casi no había. Y leíamos todo el día; no íbamos
al colegio. Nos daban clases también de álgebra, porque mi papá había estudiado
arquitectura. Era arquitecto. Mi abuelo también fue arquitecto, mi bisabuelo
también. Y cuando vine a México entré directamente a la secundaria y luego ya
al bachillerato. Y fue cuando empecé a leer libros malos, porque yo no había
leído más que a los clásicos. En una clase, la primera vez que fui a la clase
en la universidad, el profesor preguntó que quién había leído La Ilíada,
entonces yo levanté la mano y era la única chica que la había leído. Éramos
setentas y dos alumnos y luego preguntó que quien había leído María de Jorge
Isaacs y levantaron la mano todos menos yo, entonces el maestro dijo que yo
tenía que leer maría y ellos la Ilíada. Pues
mi no me gustó María, y a ellos, a algunos les gustó La Ilíada y a otros
no. Así que que mi formación la debo exclusivamente a mi casa. Porque en la
universidad… Sí, estudié luego el bachillerato, fui a la Facultad de Letras,
luego trabajé de periodista. Pero yo seguí leyendo por mi cuenta, y aprendiendo
idiomas. Los que más me gustaban eran los alemanes. Por eso, no sé. Después me
casé muy joven con Octavio Paz, y empezamos a viajar y él es muy culto.
Seguimos leyendo juntos, pero yo nunca escribí, hasta hace como doce años que
escribí Los recuerdos del porvenir en
París, porque me acordaba de un pueblito, el pueblito en que yo crecí, y todo
lo que cuento es verdad.
—Y esta formación tan
extraordinaria que acabas de explicar… bueno, ¿de dónde vienen las influencias?
¿Hay influencias en esa formación que tengan que ver con Los recuerdos del porvenir?
—¿De
dónde vienen las influencias? ¿Literarias? Pues, no sé. Yo no puedo juzgar Los
recuerdos del porvenir. Porque es un libro de memorias de infancia. Los
generales sí existieron. Todos los personajes; algunos viven todavía.
—Pero, ¿la manera de tratar el
tiempo, o la irrealidad temporal?
—Tal
vez me viene de que en mi casa se hablaba mucho de Einstein y de la
relatividad, y de que papá era budista también, el tiempo cambia con las
religiones, y comentábamos mucho también el tiempo en México, porque el tiempo
es finito entre los antiguos mexicanos. Pero el tiempo es variable. Pero como
decía mi padre, que como éramos ayer, éramos hoy, y éramos mañana, que es como
un juego de espejos. Es bastante oriental eso, ¿verdad?, pero coincide mucho
con los científicos modernos. Porque todo lo que aprendí de chica en mi casa de
los alemanes, del budismo, está de moda ahora… de los ocultistas también. Papá
tenía una biblioteca muy grande… como vivíamos solos, pues sus únicos
interlocutores éramos sus hijos. Entonces discutíamos todo desde chicos y tengo
esa idea del tiempo. No la pude expresar bien en la novela.
—Yo
creo que sí.
—No…
A ver…
—A mí me parece que en Los recuerdos del porvenir hay una especie de negación de la visión
materialista o científica que tiene algunos del hombre, en donde se tiene la
idea de que el hombre puede, es capaz, de autoconocerse y de autoanalizarse
finalmente. Tú parece que implicas otra cosa; por ejemplo, en cuanto al tiempo
o la memoria. ¿Quisieras comentar?
—Yo
creo que la memoria es el destino del hombre, porque cuando nosotros nacemos ya
el destino que vamos a llevar, ya lo tenemos dentro, por eso ya no nos
acordamos de él. Y podemos salvarnos por un acto casi mágico. Los católicos
decimos un acto de contrición. Y los budistas dicen el satori, es la iluminación repentina. Es lo único que nos puede
salvar de la memoria, de la repetición.
—Bueno, y me parece que Los recuerdos del porvenir es una novela trágica.
—Sí,
porque no se salva ninguno.
—Elena, a mí me parece ver cierta
disyuntiva entre Elena Garro, novelista, cuentista, dramaturga en cuyas obras
se nota siempre un énfasis sobre lo irreal, lo mágico, lo fantástico, y Elena
Garro persona, cuya vida diaria se concentra alrededor de ciertos problemas
bastante concretos, muy reales. ¿Cómo lo explicas?
—Mira,
en México hay una dualidad. Hay un décollage,
se dice en francés, es un abismo entre lo que es el mexicano de la ciudad que
va a la escuela y el mexicano de campo que no estudia. Son dos culturas.
Podemos decir que los de la ciudad somos los occidentales de México. Somos
occidentales a medias, ¿verdad?, porque disfrutamos de la cultura occidental, y
la gente del campo vive en una realidad mágica, y en una cultura que no tiene
nada que ver con la cultura occidental; en donde la idea del tiempo cambia, la
idea de Dios cambia; en donde se aparecen fantasmas todos los días, en donde
todo es mágico. Y como yo convivo mucho con los campesinos, entonces yo sé que
el defecto de los escritores mexicanos, de la ciudad justamente, es que no
reconocen esa dualidad mexicana. Si fuéramos realmente inteligentes podríamos
inventar una cultura importante en México. Pero no los somos.
—Entonces, para ti, Los recuerdos del porvenir es una novela realista que trata la
realidad…
—Sí…
—… ¿campesina?
—Sí,
la mentalidad… Mira, cuando pasa algo fuera de la ciudad de México o en los
pueblos, le dan mil finales. Bueno, eso te pasa en cualquier parte del mundo,
¿verdad?... que todo se vuelve mitológico. Pero como en México la cultura
todavía no tiene los mitos necesarios… Una cultura parte siempre de unos mitos.
Como en México no están sentados todavía los nuevos mitos, no están
establecidos, entonces en el campo se está fabricando todos los días la
posibilidad de hacer mitos. Tú pasas por un pueblo y cada gente va a dar una
versión extravagante de quién eres, qué fuiste a hacer, si desapareciste por el
aire, si te quemaste en el comal… y como yo viví así de chica, si no me dormía,
las criadas me decían: “Vamos a dejar las cenizas calientes y vienen las brujas
a calentarse las canillas”. Yo lo creía. Entonces para mí es muy real eso
también. Así es que yo creo que sí es realista mi novela.
—¿Qué opinas de la novela
mexicana reciente? Hablando desde Yáñez, por ejemplo.
—Pues
me gusta Rulfo; me gusta mucho Juan Rulfo. Me parece que es el único novelista
que me gusta a mí, de México. Los demás… yo creo que son antiguos, que son muy
anticuados.
—¿En qué sentido?
—Que
vienen de escuelas literarias francesas muy pasadas de moda. No son solución ni
ofrecen nada nuevo. Yo los veo a todos que vienen directamente del naturalismo…
Zola, pasando por algunos tamices así de la escuela francesa. Unos tienen
influencia de Robbe-Grillet, otros… pero es, en general, una literatura
colonial. El mejor escritor, el más americano, puedo yo decir, es Juan Rulfo. Y
hay otro escritor, que casi no escribe pero que me gusta mucho, que es Juan de
la Cabada. Porque el escritor también es idioma; también es lenguaje.
—¿Quisieras
comentar, Elena, los valores literarios que encuentras en Rulfo y en de la
Cabada?
—¿Los
valores de Rulfo y de Juan de la Cabada? Es que ellos vuelven… al español
esencial. Yo creo que la literatura son palabras porque forma y contenido son
la misma cosa. Entonces el lenguaje de este grupito de novelistas modernos es
un lenguaje del siglo XIX o de 1910, que es la peor época de la literatura
española. Y todavía los mexicanos somos una rama de la literatura española. Y
todavía los mexicanos somos una rama de la literatura española porque
escribimos en español. Y no hemos inventado el lenguaje mexicano importante
literario. No hemos tenido grandes escritores todavía. Y entonces los únicos
escritores que no parten de 1900 ni del siglo XIX español, del idioma de esa
época, son Rulfo y Juan de la Cabada, que van más lejos. Se remontan casi a los
cásicos españoles; entonces su idioma es muy rico, muy flexible, muy variado. Y
como la literatura son palabras, y como forma y contenido son la misma cosa,
son los que han hablado de México, del paisaje, de cómo somos, con mayor
validez.
—Entonces,
¿por qué no crees, Elena, que ya se haya escrito la novela de la ciudad que
iguale a Pedro Páramo en su tratamiento del hombre campesino de México?
—Porque
el mexicano de la ciudad es un hombre, como te dije antes, con una dualidad. Es
el hombre con cultura occidental y con un pie en lo indígena también. Entonces
es un hombre muy contradictorio, que vive en dos tiempos o en dos mundos. Y
todavía no hay un novelista que vea a ese mexicano que está parado en los dos
tiempos o en los dos mundos. Páramo sí está en el campo. Él goza de toda la
mitología antigua mexicana. Se nutre del maíz, de todos sus mitos bárbaros, lo
que tú quieras. Para el mexicano de la ciudad, no hay ningún personaje en las
novelas con esa dualidad. El día que haya un escritor que le dé eso a un
personaje en sus novelas, habrá novela en México. Y yo creo que el escritor es
el que da el patrón de cómo vamos a ser. Homero invento el griego. A partir de
Homero todos los griegos fueron iguales. Todos fueron Aquiles. Cervantes
inventó el español. A partir de Cervantes hubo Sancho Panza y el Quijote.
O’Neill ha inventado a los americanos. Scott Fitzgerald inventó toda la época
moderna. Pero el mexicano. Todavía no ha nacido el genio que nos diga cómo
somos, o cómo debemos ser. Porque Fuentes nos dice cómo no debemos ser, más
bien, pero cómo debemos ser, no nos lo dice.
—Entonces tú encuentras en Artemio Cruz como una figura negativa.
—Sí,
sí. No nos puede servir de patrón, a
ninguno. En cambio, por ejemplo, Scott Fitzgerald nos dio Gatsby, y fíjate que es Kennedy. ¿No te
fijas que es Kennedy? Tiene algo romántico, así como un pasado si tú quieres un
poco aventurero, y de pronto se convierte en un héroe a través del amor. Es el
héroe moderno de nuestro tiempo. Y en Kennedy se pueden reconocer todos los
americanos. Y en Gatsby también. Pero
en la novela mexicana, dime un personaje en el que yo pueda reconocerme. Hay en
los que no me puedo reconocer, que digo: “Así no hay que ser”.
—¿Tienes otras cosas escritas?
—Sí,
tengo un volumen de cuentos; es decir, unos diez cuentos de amor, y todos son
más o menos como del estilo de La culpa es de los tlaxcaltecas, que juegan dos
épocas, o personajes que pasan de un tiempo al otro.
—¿Con toques de ironía?
—Sí,
a mí me gusta reírme.
Agradezco
a la Ing. Patricia Silva permitirme
acceso al libro Mil quinientas mujeres.
Imágenes tomadas de:
(1) El siglo de Torreón.
(2) Gato Pardo.
Referencias:
(1) Tovar Ramírez, A. (1996). Mil quinientas mujeres
en nuestra conciencia colectiva. Catálogo biográfico de mujeres en México.
Documentación y Estudios de Mujeres, A. C. Primera edición.
(2) Summers, J (1965). Las letras como destino. En
100 entrevistas, 100 personajes. PIPSA, Grupo Industrial y Comercial. 1991.
(pp. 96-97).
D. R.
2018 Darío Aguirre
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