El inventor de México
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
18-08-06
#Semblanza, #Efemérides, #EfeméridesMexicanas,
#UnDíaComoHoy 06 de agosto de 1986 fallece el famoso director de cine Emilio
“Indio” Fernández quien aportara a México unas de las películas más acabadas de
la cinematografía mexicana.
Nació en Minera del Hondo, Coahuila, el 26 de
marzo de 1904, hijo de un general revolucionario y de su madre, descendiente de
indios Kikapú. Entre las enseñanzas de sus padres y sus vivencias desde la
infancia en la Revolución Mexicana es que se fue formando un carácter firme e
impetuoso.
Enrolado en las tropas que respaldaron la
rebelión de Adolfo de la Huerta contra el gobierno de Álvaro Obregón fue hecho
prisionero pero a los pocos meses se fugó exiliándose en Estados Unidos.
Trabajó en diverso tipo de empleos en Estados
Unidos para estar presente en la filmación de diverso tipo de películas. Sus
primeras incursiones fueron en el área de técnicos y manuales y como extra.
Coincidentemente pudo ver primeros cortes de
Eisenstein de sus películas y después el de ¡Qué viva México! de Mary Seaton,
lo que le abrió la perspectiva para saber que se podía hacer cine en México de
calidad sin sujetarse a los cánones de Hollywood. Aún así aprendió de los
mejores directores observando su estilo de filmación.
Fue el modelo para la elaboración por Cedric
Gibbons de la estatuilla del premio
Oscar.
La amnistía otorgada por Lázaro Cárdenas a
los delahuertistas permitió su regreso al país.
Fernández actuó en Cruz diablo (1934), de Fernando de Fuentes, y en Janitzio
(1935), de Carlos Navarro, siendo éste su primer estelar.
Al mismo tiempo que su carrera de actor
comenzó a escribir guiones, y en 1941 debutó como director con La isla de la Pasión.
Formando mancuerna con Mauricio Magdaleno,
escritor y dialoguista, y Gabriel Figueroa, cinefotógrafo, Dolores del Río,
enorme actriz y Pedro Armendáriz, gran actor y filmaron varias películas, la
primera de ellas Flor silvestre (1942) una película clásica de la Época de Oro
del Cine Mexicano.
Actuando. (2) |
Después vendrá su gran éxito: María Candelaria (1943), película que
obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes.
Filma La
perla (1945) donde analiza la miseria humana, la codicia y el poder,
obteniendo una mención en el Festival de cine de Venecia (1947) y recibiendo el
Ariel (1948) a la Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Actuación Masculina y
Mejor Fotografía.
Le siguieron Enamorada (1946), El fugitivo (como actor, 1947), Río Escondido
(1947), Pueblerina (1948), La malquerida
(1949).
A lo largo de casi 10 años filmó diversas
películas tomando como referencia experiencias revolucionarias y con un
profundo nacionalismo de carácter indígena, hasta que se agotó la veta. Realizó
algunas películas urbanas como Salón
México (1950) que ganó el premio a la Mejor Fotografía en el festival de
Bruselas, Víctimas del pecado (1951),
Cuando levanta la niebla (1952), y su
única película en Estados Unidos, The Torch
(1950), remake de Enamorada. Luego comenzó
su decadencia creativa.
Todavía filmó como director algunas
películas: La cucaracha (1959), La bandida (1963), Un soldado de Pancho
Villa (1967), y como actor La noche de la
iguana (1964), Return of the Seven
(1966), Sierra prohibida (1966).
“Al exaltar a la patria, sus
filmes difundieron en el mundo lo “naturalmente mexicano” que conformó su
estética fílmica: “Sólo existe un México, el que yo inventé”, llegó a decir.”
(3)
Fallece el 6 de agosto de 1986 en la ciudad
de México.
Agregamos una entrevista realizada por
Edmundo Domínguez Aragonés publicada en 1974 en un diario no especificado y
reproducida en el libro 100 entrevistas, 100 personajes, publicado por PIPSA.
(p. 78-81).
Nación en 1901 en Sabinas, Coahuila, y murió
en México D. f. en 1986. A los doce años de edad se incorporó a la Revolución y
obtuvo el grado de capitán de caballería. En Hollywood trabajó como “extra” y
bailarín. Allí fue donde obtuvo su apodo. En 1939 regresó a México y actuó en
el filme Corazón bandolero, primera de las 43 cintas en que participó. Como
director debutó con La isla de la pasión (1941). Formó mancuerna con Gabriel
Figueroa y el guionista Mauricio Magdaleno. Es autor de varias películas
clásicas: Flor silvestre (1943), María Candelaria (1943), La perla (1945), Río Escondido (1945) y Salón
México (1948). En altercados públicos, por su mano ocurrieron dos
homicidios. Recibió numerosos premios nacionales e internacionales. Dirigió un
total de 42 cintas.
SÓLO PARA HOMBRES
La biografía de Emilio Fernández, el Indio
Fernández, se integra con una amplia actividad cinematográfica que incluye la
dirección, la actuación y el guión, los premiso internacionales, las
borrascosas borracheras y homicidios, cuatro matrimonios, varias estancias en
la cárcel, numerosos viajes y residencias en el extranjero y una mesa en el
comedor de los Estudios Churubusco que se conoce como “el lugar del Indio”.
En torno a su mesa se produjeron muchos
incidentes. El saludo de actores y actrices. O la insistencia de un joven para
hablar con nosotros. El arribo de un hijo de Pedro Infante que se pavoneó, ante
don Emilio, de andarse en riñas en defensa de él. Don Emilio le agradeció y no
hizo comentario ninguno. Su aliento, casi sobre el micrófono, me calentaba la
mano. Me sedujeron su simpatía, sentido del humos, bonhomía y generosidad.
—¿Cómo fue su infancia, don Emilio?
—Hermosa. La más feliz, porque
tuve todo lo que los niños ansían: una pistola, un caballo y el campo de
batalla. Esos fueron mis juguetes y los revolucionarios mis compañeros de
juego. A mí me hizo el general Felipe Ángeles.
—Yo soy soldado de alma, corazón
y vida. Llegué a tener el grado de capitán primero de caballería, y con ese
grado entré al Colegio Militar, recordando las palabras de mi general Ángeles.
En el colegio tomé el arma de artillería. Después pasé a aviación. Soy fundador
de la Escuela Militar de Aeronáutica. Soy piloto y tengo amigos pilotos, mis
compañeros a quienes amo entrañablemente. Por ciertas circunstancias de las que
no quiero hablar tuve que abandonar el ejército y emigrar. Escogí un país con
un idioma que yo tendría que aprender y escogí el idioma inglés. Empecé en
Estados Unidos y sufrí muchísimo en los trabajos más arduos que puede realizar
un hombre: pico y pala, café, algodón, cargador, todo, pero me prometí una
cosa, jamás ser lavador de platos. Yo había salvado de ahogarse a una muchacha
que era la amante de Baby Face; era una mujer bellísima, Olga Freud, alemana, y
ellos me invitaron a comer y me llevaron a un hotel que se llamaba Escuadra
Beach Hotel. Ahí estaba una orquesta argentina, Bianco y Bachicha. Yo había
estado en Argentina como agregado militar, había aprendido a bailar muy bien
los bailes de allá y con esta orquesta, bailando, me llamó una persona para
invitarme una copa: era Rodolfo Valentino. Me preguntó si yo era argentino, le
dije que era mexicano me dice “¿entonces
por qué bailas así? “Porque estuve allá”, le respondí. Él se hizo mi amigo y me
ofreció llevarme a Hollywood. Valentino andaba haciendo una gira con su esposa
Natasha Ramvova e iban para Nueva York. En Nueva York él murió. Creo que lo
envenenaron. Lo envenenaron porque ese hombre, ese gran hombre, despertó muchos
celos. El cadáver se lo llevaron para Hollywood. Pasó por Chicago. Aprovechando
el cambio de trenes que se hizo con el cadáver fui a visitarlo como toda la
gente. Subí al tren lo acompañé hasta Hollywood. En el entierro me encontré
muchos latinos, entre ellos estaban Alfonso Sánchez Tello, Chano Urueta, Ramón
Ramos, Sandino y su hermano. Me incorporé a ellos y así empecé a trabajar en el
cine. Yo ya tenía las miras de levantarme en armas otra vez, en otra
revolución, después de la huertista. Adolfo de la Huerta me dijo: “No, Emilio;
eso se acabé (yo ya tenía armas y todo eso). México necesita estar en paz,
necesita que la gente trabaje y tú estás aquí en la meca del cine, ésa es un
arma más fuerte que cualquier 30-30, máuser, o cañón. Aprende cine y ve a
México a hacer cine”.
—Esas palabras se me quedaron
grabadas. Coincidió esto con una invitación que me hicieron para ver a
escondidas una película mexicana. Yo me pregunté: ¿una película mexicana?
Creíamos que nos podría filmar más que en inglés y en francés, fui a ver la
película y me maravilló. Se me grabó tan hondamente lo que yo estaba viendo que
dije ése es México. Si se puede hacer un cine mexicano. La película que yo
estaba viendo en aquella proyección la estaba cortando, y allí estaba el señor
Sergio Eisenstein; era la película Tormenta sobre México. Dije: “Sí, voy a
aprender a hablar ese idioma”, porque para mí el cine es un acontecimiento.
LECCIÓN EN LA
VAQUERÍA
—Algunos sicólogos dicen que el machismo tiene que ver con el
homosexualismo.
—¡No! ¡Nada de eso! Es una
mentira. El machismo es para defenderse en un momento en que lo ataque a usted,
o lo insulten. Le voy a contar una anécdota, es más bien cuento.
—Venga.
—Cuando los norteños llegaron a
Yucatán con mi general Salvador Alvarado –yo era muy jovencito, tenía 16 o o17
años de edad: le estoy hablando de 1919– se dio una fiesta, una vaquería. Todos
andaban felices, bailando. Entonces a uno de los norteños le gustó una yucateca
y la agarró, se la arrebató a otro, y el otro yucateco que estaba cerca del
marido de la mujer le dijo: “Bochito, pero cómo te dejas que te arrebaten a tu
mujer?” Respondió: “Bochito, yo prefiero que me desputen a que me desmadren”.
Así es que en esos casos yo no sé si funcione el machismo o no, o si convenga o
no. Nosotros abueleamos. No somos españoles, somos nietos de árabes, tenemos
las mismas características, el amor al caballo, el puñal, el celo a la mujer y
el celo a la propia persona. Vea usted los machetes de Aragón, de Oaxaca,
maravillosos con sus inscripciones, sus leyendas que dicen: “No me saque sin
razón ni me enfundes sin honor”. Ahora somos un país de copistas, de
imitadores, ya los hombres no parecen hombres, parecen maricones, y las mujeres
parecen hombres.
—Yo fui muy pobre, lo soy y lo
seré siempre porque pesa sobre mí una conciencia y ése es el complejo. No puedo
con las situaciones de la vida. Recuerdo tener los zapatos con un agujero y
ponerle cartones, haber conseguido, con trabajo, dinero para comprar u par de
zapatos y he regresado a mi cas con un par de espuelas, porque soñaba en un
caballo. Yo lavaba mi camisa en la noche para tenerla limpia en la mañana y la
planchaba, y cuando tuve dinero para comprar camisas me compraba una gruesa de
camisas. He tenido más de cien pares de zapatos recordando aquello. Este es el
complejo que tiene uno y no se lo puede quitar. Son traumas que a uno se le meten
en el espíritu desde niño. Mi padre, en un combate, me agarró y me estrujó y me
dijo: “No sea usted pendejo, agáchese, escóndase, me lo van a matar, ¿y después
quien sostiene a la familia?” Eso me causó un trauma. Siempre que yo veía a mi
familia decía: ¡caray, yo tengo que sostenerla porque se va a morir mi papá!
Desde entonces y o he querido simplificar mi vida a lo mínimo para tener los
menos compromisos posibles. Sin embargo, por los complejos mismos, he creado
elefantes blancos en mi vida que no sé cómo los puedo sostener. Tengo una casa
que me costó toda la vida hacerla, porque yo vivía antes en celdas, en
jacalitos, en cuartitos, y me hice mi casa y ahora, conforme las circunstancias
actuales de nuestro México, no sé cómo hacerle, no gano para sostenerla, para
pagar los prediales, y voy a tener que ponerle una bomba o vendérsela al
gobierno o dejarla nada más. pero le tengo tanto cariño, ahí está toda mi vida
y tengo mis animales. Yo no puedo vivir sin el canto de un gallo de pelea, el
relincho de un caballo, el ladrido de un perro. Con eso me basta para vivir
feliz en mi casa.
—¿Padece usted de insomnios?
—Sí, y me preocupan. Sé que es
lógico, por la edad que tengo. Sé que la gente mayor duerme menos. Despierto
completamente, me pongo a leer, me pongo a pensar. Soy una persona que desde
hacer tiempo tengo que dormir con el radio puesto, es el único contacto que yo
tengo con el éxito.
—¿Qué oye usted en el radio?
—Nada. Todo es una porquería. Lo
que se dice ahí toda la noche es una bola de pendejadas, pero están vivos,
están trabajando, están despiertos y les agradezco. A veces, de vez en cuando,
escuchos cosas interesantes.
—¿Ve uste la tele?
—Nada más el box.
—Yo empecé abajo en el cine. Fui
extra y me fascinaba y era feliz. Fui carpintero, fui electricista y fui de
técnicos y manuales. Aprendí cine viéndolo porque me interesaba muchísimo y
sobre todo después de que vi la película hecha por técnicos y manuales
comprendí que tenía que aprender. Cuando había llamado para alguno de los
extras yo le preguntaba: “¿Cuánto vas a ganar?” Que siete cincuenta. “Te doy
diez por tu llamado”. Así trabajaba para aprender. El señor John Ford nunca me
saludó, y yo lo miraba como un dios. Después él llegó a considerarme como el
mejor director del mundo y ser mi compadre.
"La fortaleza", su casa en Coyoacán. (5) |
—Sin embargo, los desnudos que
aparecen en Zona roja molestaron a muchos porque esa morbosidad más que exaltar
la belleza de la mujer parecía humillarla.
—Lo que pasa es que ustedes tiene
una mente tortuosa. Mostré la belleza de la mujer, de las prostitutas. Amo a
las prostitutas. Y no hago pornografía. Exalto la belleza de la mujer mexicana,
y así son las mexicanas.
—¿Es usted un hombre violento?
—Sumamente violento. La violencia
me viene de no tolerar la injusticia. No me gusta que me molesten. Usted ha
visto que aquí se acerca la gente y me saluda y yo los atiendo. Le invito una
copa, a sentarse a comer conmigo. Pero que no venga un hijo de puta a mentarme
la madre porque no lo tolero. El mexicano es muy macho, y el hombre debe serlo.
—Viví en una casa en Hollywood y
en esa casa vivía un segunda cámara, más bien eran dos segundas cámaras, y
vivían con Ronald Colman esos dos segundas cámaras, ayudantes de Toland, gran
fotógrafo americano de Artistas Unidos. Esos dos eran Alex Phillips y Red
Toller. Eran muy amigos y tenían además allí un taller para tomar fotografías y
Alex tomaba fotografías más maravillosas que Currel, que Beaton. Yo aprendí con
ellos. Convencía a Alex Phillips de que viniera a México. Todavía me quedé
allá, luego a Red Toller yo le presenté a Gabriel Figueroa con una carta y se
hicieron los mejores amigos, tanto así que venía a ver a su entrañable amigo
Alex Phillips, y a Gabriel y de paso a mí.
ALCURNIA, LA DE
DOLORES
—Dolores del Río en ese tiempo
era la estrella y yo en la primera película que trabajé fue de extra. Aquí
dijeron que aquí la hicimos. No es cierto, Dolores del Río –yo la conocí allá,
a distancia naturalmente– fue una de las guapas; fue considerada como la
representante de la sociedad, lo más alto de México. A Dolores del Río se la
distinguió dándole las mejores películas y las más caras, con los más grandes
artistas que había entonces y para eso ahí están Ramona, ahí está Ave del
paraíso, ahí están las películas de guerra. Las más grandes películas las
tuvo Dolores del Río, considerándola como de lo más grande que existía en la
cinematografía. Tanto ella como Ramón Novarro –ése fue otro grande de allá,
mexicano–. Luego llegó Lupe Vélez con un talento más grande que los dos, y
arrolló, pero nunca llegó a la altura de una Dolores del Río y un Ramón
Novarro. Luego vinieron otros actores. Nancy Torres y Delia Magaña fueron
artistas que incursionaron allá pero no llegaron a ser los grandes, lo alto de
Dolores del Río.
—Digo estas cosas porque aquí
siempre se ha querido menospreciar a Dolores del Río. Al principio no la
querían, creían que era pocha, ahora todos aquí son pochos y la única mexicana
es ella.
—Dirigí la primera película que
hizo Dolores del Río en México. A mí se me escogió, ella me escogió a mí para
ser su director, cuando había nombres y gente con muchos intereses. Hicimos
Flor Silvestre, hicimos luego María Candelaria, después hicimos Las
abandonadas, más tarde La malquerida, una obra de don jacinto Benavente. Don
Francisco D. Cabrera –Panchito como le decíamos nosotros–, un gran productor
que no quería tenerme a mí quería a otro, pero Dolores, la señora Dolores me
escogió a mí y dijo: “Si quiere reescribir todo el libreto de don Jacinto
Benavente, qué le importa a usted, a usted lo que le debe importar es que le entreguen
una buena película y no importa quién sea el autor, él tendrá sus razones”. Yo
dije que sería una película mexicana, y va a ser una película mexicana, y no
hay nadie mejor, y yo hice La malquerida. Después de La malquerida, si alguien,
algún productor llegó a amarme y quererme, fue don Panchito Cabrera. Por cada
una de esas películas –y yo tenía compromisos también, y la vida estaba
subiendo– yo solamente gané seis mil pesos por cada cinta.
Interior de su casa en Coyoacán. |
—¿Influía lo bajo del pago en que
usted era el adaptador, el director, el dialoguista?
—Todo eso lo hice en colaboración
con mis amigos: con Mauricio Magdaleno, con Pepe Revueltas. A Mauricio, que me
adoraba, pero que no tenía él tampoco qué comer y nosotros lo que queríamos era
hacer cine, y éramos nosotros ya bien pagados, con pensar que estábamos
trabajando para una actriz como Dolores del Río era suficiente.
—El cine no es el artista nada
más; él lo interpreta, pero el cine es el camarógrafo, el cine es el que
produce la película, lo que sea: las cámaras, los trailers, los camiones, todo;
todo entra al cine porque el cine es así de grande.
—Sin embargo, en momentos en que
se era y se representaba una obra, o se dirigía una obra, o se le pagaba, era
lo excelso, lo máximo. Se acababa la película se acababa el sueldo y veníamos a
la realidad. Las más grandes, más adoradas, admiradas del mundo han sido las
personas más solas, han muerto en la soledad –porque la soledad es algo nuestro
y sobre todo cuando se es grande se siente uno solo si lo apartan a uno–, de la
soledad viene la tristeza, y de la tristeza viene el spleen y viene la muerte, y viene el abandono absoluto, y uno
quier, como María Conesa, como Dolores del Río, como María Félix, vivir con al
fuerza de que fuimos –pero nosotros no queremos creer que fuimos, queremos
creer que somos–. Queremos seguir ahí, sin darnos cuenta que, a pesar de ser
actores, no sabemos representar nuestra propia vida, que es el más difícil de
todos los papeles que puede desempeñar un actor y son muy pocos los que saben
cómo hacerlo y logran la felicidad. No sabemos concluir nuestra vida y nos
sentimos dolidos porque se nos trata con indiferencia y asta con desprecio, y
cuando la vida se acaba y se tiene uno que morir en medio de un abandono tan
bárbaro como este, el triunfo es triste, porque el pago, al final, es la
tristeza.
Imágenes tomadas de:
(1) Flickr.
(2) El gráfico.
(3) Monero Hernández.
(4) El financiero.
(5) y (6) CDMXTravel.
Con información de:
(1) Wikipedia.
(2) El gráfico.
(3) Historias y relatos.
(4) Domínguez Aragonés, E. (1974). Sólo para
Hombres. En 100 entrevistas, 100 personajes. PIPSA, Grupo
Industrial y Comercial. 1991. (pp. 78-81).
D. R. 2018 Darío Aguirre
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