viernes, 3 de agosto de 2018

Dolores del Río

Mujer frutal y tropical

 
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
18-08-03

#Semblanza, #Efemérides, #EfeméridesMexicanas, #UnDíaComoHoy 03 de agosto de 1906 nace Dolores del Río, actriz de gran talento y renombre en la época de oro del cine nacional.
Diversas fuentes manejan los años de 1904, 1905 y 1906 como de su nacimiento, lo que coincide es el día.
Elegante. (1)
Sus padres fueron Jesús L. Asúnsolo, director del Banco de Durango y de Antonia López Negrete, sobrina de Francisco I. Madero, y prima del actor Ramón Novarro, del director de cine Julio Bracho, el escultor Ignacio Asúnsolo y de la modelo y luchadora social María Asúnsolo. Su hermana era Andrea Palma. Por el lado de su madre pertenecía a la aristocracia mexicana del siglo XIX.
Ante los embates de los revolucionarios la familia se vio obligada a salir, trasladándose a la ciudad de México.
Se inscribió en el convento Saint Joseph, donde aprendió francés. A los siete años estudió danza española con Felipe López, uno de sus mayores satisfactores.
En 1921 se casó con Jaime Martínez del Río, proveniente de una familia de hacendados, 18 años mayor que ella. Para su carrera artística tomó el apellido de su esposo.
Viajaron por diversas ciudades europeas. En Madrid ofreció una sesión de baile para los heridos de guerra de Melilla, siendo felicitada por los reyes de España de aquella época.
Edwin Carewe la invitó a Hollywood, donde, después de diversos problemas filmó Joana (1925), película muda. Mediando varias otras películas actuó en Ramona (1928), la cual dio pie a más producciones, entre ellas Evangeline (1929) con la que definitivamente pudo romper con el descubridor Carewe, quien la acosaba.
En sus primeros años de cine. (2)
En el cine sonoro se estrenó con La mala (1930). Luego le siguieron La paloma (1931), Ave del paraíso (1932) y otras. En Londres filmó Acusada (1936), y de regreso a Estos Unidos otras seis películas. Regresó a nuestro país en 1942 donde filmó con Emilio Fernández varias películas que lograron gran renombre:  Flor silvestre (1943), María Candelaria (1943), Las abandonadas (1944), Bugambilia (1944). Llegó a filmar con otros grandes directores en México: Fernando de Fuentes, Roberto Gavaldón, John Ford, Alejandro Galindo, Julio Bracho, Benito Alazraki, Ismael Rodríguez. Llegó a filmar de nuevo en Estados Unidos, pero también en Argentina, Italia y España.
Abordó el teatro con El abanico de lady Windermere, de Oscar Wilde, en 1958. Llegó a actuar en algunas series de televisión norteamericanas.
Casó en segundas nupcias con Lewis Riley, dedicándose en sus últimos años a labores de índoles social y cultural, entre otras a una guardería infantil ubicada en las oficinas de la ANDA.
Fue parte de la mesa directiva de la Sociedad Protectora del Tesoro Artístico de México durante varios años.
Murió el 11 de abril de 1983 en un hospital del La Jolla, California, habiendo vivido en NewPort Beach sus últimos años.
Afinando estilo. (3)
Aquí reproducimos una entrevista que realizó Elena Poniatowska en junio de 1966 y fue publicada en un diario no especificado pero que es reproducida en 100 entrevistas, 100 personajes, publicado por PIPSA.

Nació en Durango en 1906 y murió en Estados Unidos en 1983. Su verdadero nombre fue Dolores Asúnsolo López Negrete, y era sobrina de Francisco I. Madero. En 1925 inició su carrera cinematográfica en Hollywood, donde sus actuaciones alcanzaban notable éxito. En México se integró a la industria fílmica en los años cuarenta, donde hizo grupo con el director Emilio “Indio” Fernández y el fotógrafo Gabriel Figueroa. Actuó escasamente en el teatro, y filmó un medio centenar de filmes. Entre ellos destacan: Ramona (1928), Flor Silvestre (1243), María Candelaria (1943), Volando a RíoLos abandonados (1946), Doña Perfecta (1952). Recibió el Ariel en tres ocasiones.
EXÓTICA Y DIVINA
¡Sonrió!  ¡Entró rápidamente al escenario con la capa flotante y nos sonrió!  ¡Una sonrisa blanca, sana, joven; una sonrisa en la que relampaguea toda su vida; una sonrisa de mar, de agua limpia, porque hay aire entre sus dientes, y velas que se inflan y sal y yodo y barcos que aguardan! ¡Qué hermosa mujer, Dios mío! ¡Y qué hermoso su apego a la vida; su diario heroísmo de proyectos, inquietudes, nuevos sueños! ¡Dolores del Río no voltea para atrás ni corre el peligro de convertirse en una estatua de sal! ¡Al contrario , nos hace pensar en una carabela que sale al mar, erguida, todas sus velas izadas!... Después de Querido embustero, con Ignacio López Tarso, hará una película, después un viaje, después otra película, después vendrá la Navidad, Luego, 1967, y adelante, adelante, adelante, aunque hoy, ahí en La Escondida, le pedimos a Dolores que recuerde, que vaya atrás, atrás, atrás…
—Nací en Durango en una casita típica mexicana de patio y macetas, muchas macetas, todas alrededor del barandal. ¡Siguen las macetas en mi vida! ¡Asómate al jardín; allí las verás. Mis primeros años son los de ese patio entre las macetas con un perro chiquitito y una huerta de cielo! ¡Íbamos a la huerta, fuera de la ciudad, veía yo crecer las verduras –con qué sorpresa sacaba yo las zanahorias del interior de la tierra–! ¡ Me trepaba a los árboles!, sí, sí, yo fui de las que se trepan a los árboles frutales, y recuerdo que cuando me metía a los surcos de habas, éstas me tapaban por completo. ¡Eran tan altas! Hoy todavía siembro habas aquí en La Escondida, pero nunca han vuelto a crecer como entonces. Huelen bonito. ¡Mira, huélelas!...
—Mi papá era gerente del Banco de Durango y más tarde fue el presidente. Hizo la carrera desde mero abajo, desde recaderito, mensajero, hasta llegar a presidente. Se llamaba Jesús Asúnsolo y era de los Asúnsolo de Chihuahua. Llegó a Durango a los dieciocho años y ahí se casó con mamá: Antonia López Negrete.
—Vivimos en Durango hasta que vino la Revolución. Entonces salimos corriendo, muy de madrugada, con otros señores importantes de Durango porque al grito de: “¡Ahí viene Pancho Villa!” todos huían. Contaban que Villa metía a la cárcel a todos aquellos que tuvieran que ver con el banco y que ¡nadie los volvía a ver! Mi mamá arregló el bastimento para mi padre que fue a los Estados Unidos y atravesó la Sierra Madre y nosotros tomamos el último tren de Durango a la ciudad de México. Entonces vi a las soldaderas con su rebozo cruzado, a los soldados con sus sobreros de anchas alas, las cananas, los rifles, el parque, los caballos. En la estación me encontré, a cada parada, a los Emilio Fernández, a los Pedro Armendáriz de bigotes y calzón de manta, con quienes más tarde habría yo de filmar María Candelaria, Flor Silvestre y tantas películas de la Revolución.
Caracterizada.
—Yo tenía quince años y fuera de mi casa nadie se molestaba en hablarme. Un día, en una fiesta, estaba yo sola en un rincón y Bichetta Amor vino a platicarme. Fue mi primera amiga. Yo quería ser como ella porque estaba muy segura de sí misma, opinaba de todo y tenía un gran sentido crítico. Siempre tenía el pelo revuelto y yo con mi trenza caminaba aprisa pegada a las paredes para que no me vieran. ¡Además, esa trenza tardaba en lavarse más de una hora porque había que tallar una cantidad de pelo enorme! Para mí era un suplicio. Bichette en cambio tenía el pelo corto, al aire, libre como ella misma. También bailaba, creo que Scherezada, y eso teníamos en común. Yo la admiraba. A mí me encanta la amistad con admiración.
¿Necesita usted admirar a la gente que quiere?
—Absolutamente. Una vez me pidió que la acompañara yo a un ensayo, y ahí estaba Mame Romero de Terreros, el marqués de San Francisco que preparaba una fiesta de caridad. Después del ensayo me preguntaron:
—Dolores, ¿quieres bailar?
Pero ¿no le gustaba exhibirse?
—¡Me fascinaba bailar! Una vez Jaime, que dizque leía la mano, me dijo después de un riguroso examen de todas las líneas: “No te veo carrera artística”, y me sentí muy decepcionada…
—Seguí en la escuela de San Cosme, seguí bailando, pero Jaime y yo nos hicimos novios. Salí de la escuela una semana antes para casarme con Jaime Martínez del Río. Nos fuimos de luna de miel a Europa, a Francia, a España, a Inglaterra, Jaime tenía amigos en todas partes. Educado en Stoneyburst, hablaba un inglés perfecto. Recitaba obras enteras de Shakespeare. De España nos trajimos un criado: Félix, y un coche. ¡Éramos tontísimos! Félix resultó un poco menos tonto que nosotros. De regreso a México, como los Martínez del Río tenían haciendas, nos fuimos a vivir a un rancho algodonero, Las Cruces, ¡y no vimos casi a nadie! Caminaba yo por el campo, hablaba con la gente, me acordaba de los sembradíos de habas. Jaime era un hombre de una gran sensibilidad artística; pintaba, tocaba el piano, tenía mucho “charm”, no era un hombre de negocios. ¡Creo que era más bien un hombre del siglo XIX! No había nacido para el trabajo de los ranchos.
—Un día, Adolfo Best Maugard (siempre han sido señores grandes los que me descubrieron y me impulsaron: Mame Romero de Terreros, Adolfo Best Maugard, Jorge Enciso, Roberto Montenegro, Salvador Novo) nos invitó a su casa porque iba a estar un productor de Hollywood, Edwin Carewe. Yo no hablaba ni una palabra de inglés. Me pidieron que bailara, y así lo hice. Al día siguiente vinieron a mi casa a tomar té Edwin Carewe y Adolfo Best Maugard, y ora vez me pidieron que bailara. ¡Jaime tocaba el piano” ¡Se trataba de que Carewe conociera un hogar mexicano, fíjate nomás!
—¡Y la señora del hogar baile que baile!
—Bailé Falla, Albéniz y sobre todo, “interpretativo”, y entonces Carewe me dijo que yo era el Rodolfo Valentino femenino, Rodolfo Valentino en mujer, ¡fíjate qué ocurrencia”, y no sé cuántas cosas más. Adolfo Best tradujo todos sus comentarios, y a mí sólo me dio risa. Insistió Carewe: “Si alguna vez quiere usted ir a Hollywood yo la convertiré en una gran estrella”. Y al día siguiente me envió un gigantesco ramo de flores. A mí me dio gusto que el productor me hubiera tomado en cuenta, pero no le presté mayor atención, aunque me sentí muy halagada, y a Jaime le encantaba que me florearan. Edwin Carewe nos escribió a Jaime y a mí renovando sus proposiciones, y unos meses más tarde mandó un libreto con un papel para mí. Nosotros nos encontrábamos en unas circunstancias muy distintas a las de cuando nos casamos. ¡Si esta oferta llega en otro momento de nuestra vida, no la hubiéramos aceptado, pero el propio Jaime me llevó a Hollywood!
¿Cómo fue su vida en Hollywood?
—Mi primer papel en Hollywood fue en Johanna, en 1925. Una condesa española. Al principio me fue muy mal, muy mal, cosa que no me hubiera imaginado. La lucha de Hollywood es como de fieras. Yo lloraba todas las noches. Sufrí mucho en aquella época. Sentía que no podía regresar a México, y me sentí perdida sin mi familia, sin mis amigos. Allá en Hollywood era yo una de las mil personas al acecho de papeles, una doña nadie y, además, sin  idioma. ¡Es terrible no poder expresarse ni comunicarse con los demás! Varias veces estuve a punto de regresar, pero yo tenía un orgullo tremendo. ¿Sabes?, el orgullo es una cosas muy necesaria. ¡Es como una espada que una trae dentro, como la columna vertebral! Recordaba que en México muchas personas habían dicho que Jaime y yo íbamos a regresar con la cola entre las patas. Recordaba todo lo que habían dicho en México, y aunque me mordía yo las manos de angustia y de soledad, decidí no regresar hasta no obtener siguiera “algo”. Jaime estaba, como siempre, un poco en las nubes. Vivía tras de sueños, de scripts, de posibilidades, de castillos en el aire. Cuando me sentía más desanimada pensaba en las  palabras de Eduardo Iturbide, que siempre me alentaron. Recordaba cómo brindó por mí: “Voy a ser profeta. Auguro los triunfos de Dolores. Auguro el éxito”. Seguía en Hollywood con la cola entre las piernas. Pero Edwin Carewe no perdió jamás su fe en mi carrera. Me enseño a actuar. Me dio lecciones de inglés, a pesar de que era ésta la época del cine mudo. ¡Hasta que surgió la oportunidad esperada! Hice Evangelina. Después vinieron Resurrección y Ramona, dos películas divinas, que allá deben estar enlatadas en Hollywood, y el Precio de la gloria, que se estrenó en el Roxy Theater, de Nueva York… Luego vinieron Los amores de Carmen, con Raoul Walsh, y La bailarina roja de Moscú… Con el triunfo yo no recordaba los momentos en que tenía yo que estar durante horas parada en el agua hasta que filmaran una escena… Hollywood, en aquel tiempo, era algo maravilloso, brillante, glamoroso, elegante. Llegaban personas de todas partes del mundo, novelistas como Somerset Maugham, Noel Coward, que venían simplemente para pasar un verano en Hollywood. Se hacían fiestas increíbles en las que por una sola noche, los más grandes decoradores e iluminadores de los estudios cinematográficos arreglaban la casa.
 
Clásica en María Candelaria con Pedro Armendáriz. (5)
PASIÓN POR NUESTRO PASADO
Pero este interés por México ¿cuándo despertó en usted?
—El entusiasmo de Diego Rivera, de Miguel Covarrubias se había comunicado a todas las artes. En todas partes se sentía una gran pasión por nuestro pasado. ¿Fui amiga de Diego, de Miguel, de Carlos Pellicer, de Guillermo Dávila, de Salvador Novo, de Adolfo Best Maugard, de no sé cuántos más, y vino entonces la época de oro del cine mexicano! Me quité pieles y diamantes, zapatos de raso y collares de perlas; todo lo canjeé por el rebozo y los pies descalzos. Con Emilio Fernández, Gabriel Figueroa, Pedro Armendáriz hicimos Flor Silvestre, en 1942, con la cual obtuve el premio de Bellas Artes y Ciencias Cinematográficas por la mejor actuación femenina, La perla, Bugambilia, Las abandonadas, La malquerida y, naturalmente, María Candelaria, que considero mi mejor película.
¿Este cine mexicanista le interesó mucho?
—Sí, porque era una nueva manera de hacer cine, con un ritmo muy lento, encuadres distintos, fotografía distinta. ¡Nació el famoso blanco y negro de Gabriel Figueroa, que ha tenido y sigue teniendo influencia en los japoneses, por ejemplo! ¡Velo en Kurosawa! Y en el griego Cacoyanis. Para mí es muy clara en ellos la  huella de Emilio Fernández, la de Figueroa y de su gran cine…
Señora, en Hollywood ¿qué opinaban de que usted fuera morena?
—Estados Unidos, ¿cómo decirte?, había una falta de aprecio por el tipo moreno. ¡Todas las grandes bellezas eran rubias y de ojos azules! ¡Todas parecían salir de los cuentos de hadas! Creo que Rodolfo Valentino y yo pusimos de moda en el mundo el tipo latino…
Pero ¿a usted la consideraban una belleza exótica?
—¡Esa palabra siempre fue conmigo! Pero no me molestaba, me decían “frutal, tropical”, lo que tú quieras, pero yo siento que al público le gustó el tipo mexicano. Realmente lo conocieron a través de mí. Muchas mujeres empezaron a asolearse excesivamente, muchas a sentirse rubias desabridas o deslavadas, vino el auge de lo moreno; muchas también se pusieron Dolores, y hasta Lolita…
(Cuenta que en París todos los grandes modistas querían a dolores por la perfección de su s medidas. Se asombraron ante la fineza de sus tobillos y sus muñecas, ante sus pies pequeños y nerviosos, su nuca frágil, sus brazos largos y delgados, su sonrisa luminosa, su calidad de fruta. Dijo una vez la modista Schiaparelli: ¡He visto a muchas mujeres bellas entrar aquí, pero ninguna tan completa como Dolores del Río!”)
Estampilla postal conmemorativa a Ídolos del Cine Mexican con Dolores del Río. (6)
—¿Y cómo nació María Candelaria?
—Todos los años en el día de mi santo hago un desayuno: una tamalada, atole y champurrado. Ese día vienen mis amigos y me traen regalos (¡No es obligatorio!). Ese año, Emilio Fernández no tenía ni un centavo, y sentado en el Kiko’s, pensaba: “¿Cómo ira a ver a Lolita con las manos vacías?” Se pasó parte de la noche anterior a mi onomástico tratando de resolver este difícil problema, cuando se le ocurrió: “¡Le voy a regalar a Lolita una historia de cine!” Y se pasó toda la noche escribiendo en la mesa de café del Kiko´s en servilletas de papel. A la mañana siguiente llegó cortado, con un altero de servilletas de papel: “¡Es su regalo del día de su santo!”, y a las ocho de la mañana me puso en las manos el guión de María Candelaria… ¡Ese día estaban en mi casa Diego Rivera, José Clemente Orozco, Agustín Fink y me ofrecieron algún presente: un idolito, flores, un boceto, y Emilio se acercó muy ranchero y me entregó esas ocho servilletas cubiertas con su letra “Pos a ver si le gusta”.
¡Ay que hombre tan raro este Emilio!
—Al día siguiente les leí María Candelaria a mis amigos, y a todos les pareció excelente. Los productores asediaron a Emilio para que les vendiera el guión, y repuso: “Esa historia es de Lolita. No es mía… Si la compran, cómprensela a ella”… ¿No te parece adorable?
¿Así es que María Candelaria le pertenece realmente?
—Sí, después la filmamos en Xochimilco. Pedro Armendáriz hizo el papel de Lorenzo Rafael, Gabriel Figueroa hizo la fotografía y el resto de la historia la conoces…
¿Y de las películas que hizo usted más tarde, como La Cucaracha, qué opina?
—¡Ay!, pues ¡qué te diré? Espero que sea la última película que filme yo sobre la Revolución Mexicana. El mejor recuerdo es que hicimos una gran amistad María Félix y yo.
¡Todo el mundo decía que se odiaban!
—Pues ya ves que no…
¿Y cuál fue la mejor época de su carrera artística, de su carrera en el cine? ¿NO fue cuando regresó a México?
—Sí, para mí esa época fue la mejor por muchas razones. La recuerdo con más cariño que cualquiera otra porque fue el regreso a México en todos los sentidos; el regreso a mis raíces, el retorno a los mexicanos, al mundo al que pertenezco. ¡Cuando vine en 1941 el mundo entero estaba descubriendo a México, y de los Estados Unidos venían muchos turistas! Fue algo así como el nacimiento de México al mundo de la cultura y del arte. Las piezas prehispánicas empezaron a cotizarse a precios muy altos; se vendían en Nueva York y los coleccionistas se las disputaban ¡Todo el mundo emprendía expediciones a las pirámides y asistía a conferencias de arqueología! Yo ya no podría vivir lejos de México, ahora. Viví fuera dieciséis años –en Hollywood, París, Nueva York, Londres-, pero entonces estaba yo muy joven, no me sentía tan arraigada y lo que más me importaba era mi carrera de cine. Ahora ya estoy vinculada. ¡Aquí he echado raíces y de México saco mi savia! Lew y yo viajamos mucho, cada vez que podemos, pero regreso a México cada vez más contenta de poder esconderme en La Escondida.

Agradezco a la Ing. Patricia Silva Palacios, directora del Instituto de la Mujeres Unidad Xochimilco por permitirme el uso del libro de referencia abajo indicado.

Imágenes tomadas de:
(1) 100 Entrevistas, 100 personajes.
(3) El país.
(4) Oh chicas.
(5) ADN 40.
(6) Pinterest

Referencias:
Tovar Ramírez, A. (1996). Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva. Catálogo biográfico de mujeres en México. Documentación y Estudios de Mujeres, A. C. Primera edición.
Poniatowska, E (1966). Exótica y Divina. En 100 entrevistas, 100 personajes. PIPSA, Grupo Industrial y Comercial. 1991. (pp. 209-211).



D. R. 2018 Darío Aguirre



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