Impulsor del nacionalismo musical
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
17-06-13
#Semblanza, #Efemérides,
#EfeméridesMexicanas, #UnDíaComoHoy, 13 de junio de 1889, nace el compositor
mexicano Carlos Chávez, autor de los ballets El fuego nuevo, Los cuatro
soles, Obertura republicana, Sarabanda para cuerdas, Sinfonía india y Sinfonía Proletaria o Llamadas y, como se menciona en el título impulsor del nacionalismo musical.
Nació en la ciudad de
México. Desde muy pequeño estudió piano con Manuel M. Ponce, y Pedro Luis
Ogazón, introductor d la música de Debussy a México le inculcó la teoría de composición
de Juan B. Fuentes.
Carlos Chávez |
Desde sus quince años
de edad compuso sinfonías, sonatas, cantatas y suites para ballet.
En 1921 escribe su
característico ballet El fuego nuevo.
También destacan Los cuatro soles (1926)
Radicó en Nueva York
entre 1926 y 1928, y también viajó por Europa.
En 1935 escribe su Sinfonía india, la cual estrena con la
Orquesta Sinfónica de Boston.
Fundó la Orquesta
Sinfónica de México, y la dirigió durante 20 años, hasta 1948. Fue también
director del Conservatorio de Música entre 1928 y 1933, y director fundador del
Instituto Nacional de Bellas Artes (1946-1952).
Chávez fue uno de los
trece miembros fundadores del Colegio Nacional en 1943 y desarrolló una amplia
labor como conferencista de temas musicales.
Planteando problemas
sociales produjo Sinfonía proletaria
o Llamadas en 1934, la Obertura
republicana en 1935 y El Sol, corrido
mexicano (1962). Además tiene su Xochipilli-Macuilxóchitl
(1940).
En su etapa más
avanzada rompe con todo el modelo nacionalista y su trabajo, en particular su
música de cámara, guarda poca relación con sus primeras obras.
Así están sus 10
preludios para piano estrenados en la Agrupación Nueva Música de Buenos Aires,
el ballet La hija de Cólquide (1944),
la ópera Pánfilo y Lauretta (1956) y
la Sinfonía de Antígona (1930).
Dirigiendo |
Chávez volvió a
asumir cargos administrativos en 1969 al aceptar la posición de Secretario de
Educación Pública.
Luis Echevarría le
encargó el desarrollo de un curriculum completo para las escuelas públicas, y
lo nombró jefe del Departamento de Música del INBA, y director musical de la
Orquesta Sinfónica Nacional. Lamentablemente, Chávez tuvo una disputa con el
sindicato de músicos de la orquesta, y renunció a ambos cargos.
Recibió
condecoraciones de varios países. En México recibió el Premio Nacional de Artes
y Ciencias.
Muere el 2 de agosto
de 1978 en la ciudad de México.
Presentamos ligas a algunas de las obras de Carlos Chávez: Sinfonía India:
Xochipilli:
Corrido El Sol:
A continuación reproducimos la entrevista realizada
por Arturo Melgoza Paralizábal a Carlos Chávez, publicada en enero de 1971 y
reproducida en 100 entrevistas, 100
personajes (1991).
Sinfonía india
En México existe una pérdida del sentido de
la calidad. Se puede o conviene hacer las cosas mal. Y entonces no habrá arte
ni ciencia: la demagogia y la corrupción son mentira y maldad; el gran arte y
la alta ciencia son verdad y generosidad –grita exaltado el ilustre autor de la
célebre Sinfonía india y de El fuego nuevo, del conocido ensayo
instrumental Xochipilli-Macuilxóchitl
y de Caballos de vapor (H.P.);
creador de tres conciertos, cinco sinfonías, cinco obras escénicas, nueve
corales, ocho vocales y doce para piano: Carlos Antonio de Padua Chávez y
Ramírez, conocido dentro del extraordinario mundo de la música como Carlos
Chávez a secas.
Partitura de Sinfonía India |
Se trata del último de un incorruptible y
controvertido grupo de compositores mexicanos que, inspirados por el enérgico
impulso cotidiano del hacer y rehacer cultural, elevara el folklor nacional a
la categoría clásica: versátil, creativo, polémico; crítico, autor, director,
pianista, orientador, pedagogo, organizador.
Y añade, en seguida, aún a voz viva:
–Será imposible que alcancemos en México los
altos niveles del arte y de la ciencia mientras en el medio floten la
simulación y la perversidad.
Luego, nos observa de frente, minuciosamente
todavía con la furia reflejada en el rostro. Y continúa, acalorado, sin
abandonar el mismo tono:
–Ya es tiempo de aceptar, con dolor, que
somos un país subdesarrollado. Y de que con decisión, nos rebelaremos contra el
subdesarrollo: no una rebelión conformista y con lamentaciones, sino una
rebelión activa e inteligente.
Lo entrevistamos, un soleado día de primavera
de tantos, recluido dentro de su amplia casa estilo colonial ubicada en las
Lomas de Chapultepec. Uno de sus sirvientes, orgulloso quizá de su evidente
ascendencia y aspecto campesino, nos condujo lenta y silenciosamente al
estudio, instalado en la tercera planta. Cruzamos, primero, una inmensa
habitación, los muros cubiertos con diversos motivos multicolores. El músico,
no obstante, interrumpe enérgicamente nuestro propósito descriptivo:
–El pueblo quiere esparcimiento: los
mercaderes le dan pseudoarte y el pueblo lo toma porque no conoce otro.
Antieducación masiva
Pero esto no acaba su explosiva irritación. Y
sigue:
–Las desastrosas influencias de la
antieducación masiva, si no han sido evitadas, tampoco han sido contrarrestadas
por una acción oficial escolar y extraescolar.
Ascendemos por unas escaleras de cemento, un
tanto pronunciadas, cubiertas de mosaico color claro. Y llegamos a una estancia
donde destaca, casi como único mobiliaria, una enorme y sólida mesa de trabajo.
Sobre la superficie reposan, desordenadamente, unos anteojos con arillos
oscuros de carey, libros, papeles, hojas pautadas, lápices, plumas y otros
objetos.
Portada de uno de sus discos |
El volcán, Carlos Chávez, deja de arrojar
ígnea materia verbal. Ahora un tanto más tranquilo, manifiesta:
–Vivimos tiempos de una creciente inquietud
social, de un desbordante anhelo de expresión. La humanidad quiere salir de los
oscuros calabozos del pasado, de los estrechos casilleros en que por silos ha
vivido medrosa, supersticiosa y tímida. Desafiante problemas es, hoy, encausar
este torrente, modelar estas necesidades de expresión.
Llegar ante el maestro Carlos Chávez es
recorrer, todas y cada una, las múltiples etapas de la historia de la música en
México. Se devela una serie de rasgos culturales que, manifestados como giros
melódicos, fórmulas rítmicas, posibilidades armónicas, clima sonoro, son
elementos suficientes para distinguir cromática y dimensionalmente un
temperamento y una idiosincrasia específicos dentro del opulento concierto
universal. Es, entonces, encontrar nuestro origen e identificar nuestra
evolución –perfilar nuestro destino–. El nacionalismo musical, según sustentara
en un importante ensayo, “es una doctrina que establece la necesidad, o la
conveniencia, o que recomienda que las melodías y ritmos de la música popular
se aprovechen en las composiciones de formas musicales superiores, como medio
de lograr el establecimiento de un ‘gran arte’ musical nacional”. Y, todavía
más, advertiría: “Para que un país llegue a tener obras maestras de arte
nacional se necesita que tenga, primero, una verdadera personalidad nacional en
todos los aspectos, y segundo, grandes compositores.” Se inicia pues un largo y
complicado camino, rescatándose, al andar, todos los recursos y propiedades
instrumentales indígenas. Y es así como quedan aprisionados, fundidos dentro e
los ballets de El fuego nuevo y Los cuatro soles, la Sinfonía india y Xochipilli-Macuilxóchitl, el canto ritual del teponaztli –tamborcillo
de hendidura que se golpea con dos palillos forrados de hule llamados olmaitl y
que reposa en posición horizontal sobre un trípode–, el épico batir del
huéhuetl –tambor vertical que comprende desde el tlapanhuéhuetl hasta el
panhuéhuetl: cubierto en la parte superior con una membrana de piel de venado o
de océlotl y que se tañe directamente con las palmas de las manos y con los
dedos–, la flauta de pico denominada tlapitzalli o huilacapiztli –especie de
ocarina de barro cocido o de hueso provista de cuatro agujeros laterales–, el
chililihtli o cohuílotl –silbato de arcilla–, el lúgubre y agorero atecocoli
–conocido también como tecciztli, tepuzquiquiztli o quiquiztli: caracol marino
de gran tamaño que se sopla por el vértice de la espiral previamente horadada–,
la trompeta tubular pungacugua –hecha de madera, arcilla o caña y provista a veces de una calabaza que sirve de
pabellón–, el tzicahuaztli –raspador sostenido en media calabaza que se frota
con un pequeño caracol–, el áyotl –caparazón de tortuga que se raspa con el
asta de un venado–, el ayacaztli –calabaza llena de guijarros que se agita–, el
ayonchicuaztli –sonaja de palillos que se golpea contra el suelo–, los
reverberantes cascabeles de metal, los tenabaris –lazos de los que penden
pezuñas de venado, guijarros y capullos secos de mariposas, sujetos alrededor
de los tobillos–, la jícara de agua –media calabaza sumergida que se golpea con
un palillo de madera cubierto con hojas secas– y, finalmente, el tambor yaqui
de doble membrana.
Carlos Chávez, consciente de su raíz,
precisaba al estrenarse la Sinfonía india
el 23 de enero de 1936 dentro de un concierto radial de la Columbia Broadcasting
System: “La música indígena de México es una realidad de la vida presente, y
es, además, una realidad como música: no es, como pudiera pensarse , un buen
motivo solamente para satisfacer una mera curiosidad de los intelectuales o
para suministrar datos o informes más o menos importantes a la etnografía. El
arte indígena de México es, en nuestros días, la única manifestación viviente
de la raza que forma, aproximadamente, las tres cuartas partes de la población
del país. Las características esenciales de la música indígena han podido
resistir cuatro siglos de contacto con las expresiones musicales europeas. Es
decir, si bien es cierto que el contacto del arte europeo ha producido en
México un arte mestizo en constante evolución, esto no ha impedido que el arte
indígena puro siga existiendo. Este hecho es un índice de su fuerza. La fuerza
del arte indígena radica en una serie de condiciones esenciales: obedece a un
impulso creador natural del individuo y a una necesidad de expresión legítima y
exenta de afectación. En términos musicales, la gran fuerza expresiva del arte
indígena radica en su variedad rítmica: en la libertad y amplitud de sus
escalas y modos; en la riqueza de las melodías y en su condición moral. Ahora,
las condiciones morales de este arte son otra razón de su fuerza. Es un arte
optimista; si sufre a veces de la tiranía de las fórmulas mágicas, esto no lo
coloca en la posición mística, quejumbrosa, de quien suplica e implora
humillándose, sino por el contrario, en la posición del hombre que influye y
ordena con decisión a las fuerzas superiores e invisibles. Por otro lado, este
arte participa de la salud de toda acción combativa; música para danzas de
cacería, cantos guerreros. Otras veces, cuando la música va unida a la palabra,
las imágenes poéticas revelan más que nada el sentido y el conocimiento de los
fenómenos naturales en su profunda sencillez: la conducta de los animales, el
crecimiento de las plantas, floración y reproducción. Nunca un sentido morboso
o denigrante; nunca un sentido negativo hacia los otros hombres o a la
naturaleza toda, pueden hallarse en esta música de nuestros ancestros
inmediatos de América. Es la música fuerte del hombre que lucha y trata siempre
de dominar su medio.”
–Usted,
como una autoridad musical –histórica y creativamente valioso–, ¿por qué no
trabaja en México?
–Sí trabajo. Compongo, que es lo más
importante para mí.
–Quiero
decir, ¿por qué no lo aprovechan en nuestro país y tiene usted que ir a
dirigir, a trabajar, no en la creación, sino en la recreación, al extranjero?
–Yo sí trabajo en México. Aquí compongo. Me
está usted viendo en mi casa. Y tengo treinta y cinco años de trabajar en el
extranjero. Y he tenido solicitudes para quedarme allá. Con magníficos puestos
y sueldos. He querido quedarme en
México. Aquí está mi casa.
–¿Con su retrato pintado por Siqueiros?
–Con mi Siqueiros. En esta casa que construí
en el año de 1933. Los dos primeros pisos, me los hizo Pensiones, con cien mil
pesos. Luego, este otro departamento, lo construí quince años después. Y éste,
claro, ya me costó más. Porque ya había empezado a ganar yo fuera. Ya había
empezado a ganar en Estados Unidos. Pero yo, básicamente, vivo de mi música.
Porque mi música circula por el mundo. Y tengo las regalías normales.
Influencia precortesiana
–La
tradición de la cual usted surge, ¿podríamos establecerla a partir de la
generación a través de la cual usted se desenvolvió? ¿A quién podríamos
mencionar en esa generación?
–Bueno, aparte de la generación, el artista
recibe influencias directas de su medio. Y yo creo haber recibido una gran
influencia de las emociones estéticas que me ha producido el arte
precortesiano. Es decir, así como en un pintor lo ve usted, claro; usted ve en
Rufino Tamayo cómo él sale de las expresiones precortesianas para después
manifestar su personalidad, pues lo mismo que ha sido en la plástica ha sido en
la música. Ya que son influencias indirectas. Per por otra parte, un músico
tiene derecho a la tradición clásica universal. Yo considero que Bach ha sido
tanto mi maestro como Stravinsky, o como la Coatlicue.
–¿No podríamos incluir, dentro de esa
generación, también a Manuel M. Ponce, a Pablo Moncayo, a Silvestre Revueltas?
–Bueno, Manuel M. Ponce fue un compositor que
tuvo un lugar importante en el desarrollo de la música en México.
–¿Y Revueltas?
–Bueno, Revueltas ya es un caso más preciso.
Usted sabe que a Revueltas lo obligué yo a componer. No quería componer. YO lo
obligué a componer, y él entró a unas, digamos, clases. Que no eran tales
clases. Era un taller de composición. Y de ahí salió él. Revueltas era un
muchacho enormemente simpático, con una gran personalidad, con un gran talento.
–¿Hasta el momento, no tenemos una producción
musical de categoría universal?
–No podemos decir que es nuestra historia
musical tengamos un maestro comparable a Juan Sebastián Bach. Eso sí,
abiertamente. Si lo dijéramos se reiría el mundo de nosotros. ¿Dónde está
nuestro Juan Sebastián? A ver. Que nos digan su nombre.
–Considero que los americanos son herederos
directos de la cultura occidental, tanto como los europeos; no es cuestión de
preferencia, pues no se podría renunciar a la herencia, aunque se quisiera. Son
tan dueños y partícipes de la tradición grecorromana como los grecorromanos lo
eran del viejo fondo cultural del Oriente. Son una rama americana de la cultura
occidental. Son la misma cosa, con un matiz nacional, con un fondo
histórico-geográfico propio. Y esto no es distinto de lo que pueden decir los
mismos europeos, que son la misma cosa con un matiz nacional. Importa insistir
en esto porque ha habido dos posiciones extremas, a mi entender tan equivocada
la una como la otra; la indigenista que quiere hacer de los países americanos
países exóticos y aislados, y la hispana, o extranjerista, que niega o
menosprecia el elemento histórico-geográfico del país a favor de un servilismo
ciego a otra localidad, España o Francia. La realidad hay que tomarla como es,
y tanto mejor mientras más rica y múltiple sea nuestra tradición cultural.
Un pequeño planeta
Limitarse es morir. Limitarse es retrasarse,
circunscribirse o empequeñecerse. Buscar la originalidad de un arte propio por
los caminos de la limitación, es tan suicida como imposible. El hombre es de
todas partes, es dueño de todo su pequeño planeta. No es nuevo en la historia
el sentimiento universalista… el localismo ha existido también siempre, pero
las limitaciones han sido, también siempre, hijas de la maldad o de la
pequeñez, del temor o de la pobreza de espíritu. Por esta razón ha sido un
error buscar la originalidad del arte americano por los caminos del
“nacionalismo” inspirado en el localismo y la limitación. No. El hombre
americano es tan universal como el que más. Tiene tanto derecho, digamos, a la
universalidad, como el de cualquiera otra parte del planeta. Cada hombre y todo
hombre es dueño de todo lo humano.
Y bajo esta tendencia cosmopolita, Carlos
Chávez creará, sobre todo, Antígona y
La hija de Cólquide, los coros Arbolucu te Sequeste y ¡Ah! Fredome –eminentemente
helenísticas–, Llamadas y Caballos de vapor –dotadas de un gran
impulso maquinista-, Blues, Fox y North Carolina Blues –compuestas con
múltiples elementos adquiridos del jazz– y, ¿por qué no?, las sonatas para
piano y trompas, las sonatinas, los cuartetos para cuerdas, los conciertos
–piano, violín y cuatro trompas–, las toccatas y sus tres últimas sinfonías.
-¿En algún momento la música clásica mexicana
tuvo, o tiene, alguna significación con respecto a la música universal?
-En la actualidad la única música que se toca
universalmente, digamos, son las obras de guitarra de Ponce. Que ha tocado y
difundido bastante Andrés Segovia. Andrés Segovia es un guitarrista muy famoso.
Se toca bastante, un poco, no mucho, la música de Revueltas. Se tocan algunas
cosas de Moncayo. Y, desde luego, pues se tocan muchas cosas mías. De manera
que esto no es una apreciación subjetiva, sino enteramente objetiva. Porque,
como decía yo hace rato, yo dependo precisamente de mis regalías.
–Podríamos apreciar, cuantitativa y
cualitativamente, la importancia de la música clásica en nuestro país?
–Creo que la música es uno de los factores
más importantes para la educación del pueblo. La educación de la sensibilidad y
del gusto. Y que solamente con el gran arte se puede lograr. El gran arte, y no
solamente musical, sino también pictórico y literario.
–Porque la música, inclusive, se encuentra
muy rezagada con respecto a otras actividades estéticas, como son la pintura y
la literatura. La literatura es una manifestación artística, casi aceptada,
aunque todavía elitista –las limitaciones son reconocidas–. Y la música,
totalmente, es inaccesible a las grandes masas. Hay mayor demanda de libros que
de discos de música clásica.
Con información de: Biografía.
D. R. 2017 Darío Aguirre
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