Discurso anónimo
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
17-05-05
1862. Batalla
de Puebla. Después de tres asaltos consecutivos de las fuerzas
francesas a la ciudad de Puebla, comandadas por el conde Lonrencez,
quien se jactaba de comandar a los mejores soldados del mundo, las
fuerzas republicanas del presidente Juárez, comandadas a su vez por el
general Ignacio Zaragoza, derrotan a los franceses.
Cinco
de mayo
(Léase en voz alta)
Señoras y señores: Día glorioso como ninguno es éste en los anales de México. Agotado nuestro país por largas luchas intestinas; disminuido por las irreparables pérdidas territoriales sufridas en 1847; empobrecido y desmoralizado, ciertas naciones lo creían fácil presa para satisfacer sus ambiciones.
Francia,
gobernada por un tirano sin talento, sombra vana de aquel otro déspota genial
que medio siglo antes hiciera temblar a Europa, era de aquellas naciones la más
insolente e injusta, y la que pretendía abrumarnos con más hirientes desprecios.
Sólo ella se negró a aceptar las razones del gobierno mexicano contra una
intervención militar arbitraria que lastimaba nuestro honor nacional. Y así,
mientras España e Inglaterra suspendían esta intervención, las tropas
francesas, que habían penetrado hasta Orizaba por medio del engaño, no sólo se
negaron a retirarse, sino que avanzaron hacia Puebla llenas de petulante
confianza.
No contaban
con que al frente de nuestra República había un hombre que era la integridad y
el patriotismo en persona: el Presidente Benito Juárez, Benemérito de las
Américas.
No contaban
con que a la cabeza de nuestro ejército había un hombre muy modesto, pero de
gran talento y sereno valor, que estaba dispuesto a vencer con la razón: el
general Zaragoza.
No contaban
con un pueblo que, harto de humillaciones inmerecidas, estaba resuelto a poner
un hasta aquí a la arbitrariedad y la injusticia y desunión interior.
Por no
contar con eso, el general Lorencez, jefe del ejército invasor, envió al
mariscal Rendón, Ministro de la Guerra en Francia, aquel despacho lleno de
petulancia, mas que descortés, innoble con el adversario:
“Tenemos
sobre los mexicanos–decía Lorencez–tal superioridad de raza, de organización,
de disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que ruego a Vuestra
Excelencia se sirva decir al Emperador que desde ahora, a la cabeza de seis mil
soldados, soy dueño de México”.
Se atrevía a
decir esto en el momento en que traiclonaba la generosidad mexicana, que había
permitido a las tropas francesas subir a Orizaba porque no soportaban, según
decían, el clima de la costa, y en que rompía, contra todas las normas del
derecho internacional y todas las reglas del honor, un acuerdo expreso, según
el cual, sí la guerra se declaraba, dichas tropas debían volver a Veracruz,
para poner la contienda en su punto primitivo. Esa era la moral y la elevación
de setimientos que demostraba aquel general, ante un acto cuya generosidad no
tiene precedentes con un adversario que además nos atacaba sin ninguna razón.
Pero en
Puebla sí había moralidad y elevación de sentimientos y grandeza de ánimo y
resolución heroica, no sólo en el jefe, general Ignacio Zaragoza, sino hasta en
el último soldado.
Y así,
cuando en la mañana del 5 de mayo de 1862, lanzó el general galo sus
regimientos sobre las fuerzas mexicanas, con la confianza y el egreimiento de
su presunta superioridad, hubo de ver, desconcertado y confuso, cuál mordían el
polvo al pie del cerro de Loreto, al duro hierro de los cuchillos mexicanos.
Una vez y
otra ordenó, enfurecido, al ataque, y una vez y otra armas mexicanas
prevalecieron sobre la necia arrogancia del invasor.
Generales,
oficiales y soldados se cubrían de gloria por igual en aquella limpia jornada
mexicana. A media tarde, la impotencia de los franceses para granar a los
mexicanos una pulgada tan sólo de terreno era manifiesta.
Se produjo
un equilibrio dramático.
Y en este
punto, el general Porfirio Díaz, que se había batido el día entero como un
león, dio una carga furibunda de caballería al ya impotente agresor, y lo puso
en vergonzosa fuga.
Triunfo
supremo del patriotismo, que templó el valor mexicano para las duras pruebas
que se avecinaban y de las que nuestro pueblo salió airoso, porque el ejemplo
del 5 de mayo permaneció vivo en su corazón.
D. R. 2017 Darío Aguirre
No hay comentarios:
Publicar un comentario