La más bella mujer
Dr. Héctor Darío
Aguirre Arvizu
18-09-12
#Semblanza, #Efemérides,
#EfeméridesMexicanas, #UnDíaComoHoy 12 de septiembre de 1931 nace Silvia Pinal,
actriz, productora, empresaria y política mexicana. Inicia su carrera en cine a
los 18 años, sobresale en filmes como “Viridiana”, “El rey del barrio” y “Un
rincón cerca del cielo”. En televisión presenta "Mujer, casos de la vida
real" y “Mi marido tiene familia”. En teatro destaca en musicales como
“Mame”. Diputada, senadora, secretaria general de la Asociación Nacional de
Actores. Regenta un teatro con su nombre. Publica su biografía “Esta soy yo”.
Verdadera institución en el mundo del
espectáculo mexicano, Silvia Pinal posee también un importante arraigo en la
cinematografía internacional, gracias a su participación como protagonista en
la obra maestra de Luis Buñuel, Viridiana (1961), y a sus deliciosas interpretaciones
en películas españolas como Adiós, Mimí Pompón (1960), de Luis Marquina, y
Maribel y la extraña familia (1960), de José María Forqué. La actriz había
llegado a España de la mano de Tulio Demicheli, realizador argentino que la
había consagrado en México con varios melodramas eróticos.
Nació en esta fecha en Guaymas, Sonora.
Se inició como actriz teatral sobre el
escenario del Ideal capitolino a una edad muy temprana, gracias a su relación
sentimental (que pronto se formalizaría en matrimonio) con el actor y director
Rafael Banquells. Tal circunstancia le proporcionó un sólido aprendizaje del
oficio y una inmediata popularidad, al menos en la capital mexicana.
Su debut cinematográfico tuvo lugar en
1948 (es decir, cuando sólo contaba con 17 años), en la película Bamba, de
Miguel Contreras Torres: allí ostentaría ya las características que harían de
ella una actriz singular en el panorama artístico mexicano. Con su voz ronca y
sensual y un atractivo físico de enorme agresividad, encarnó a una joven
veracruzana, embarazada por el arrebato erótico del villano Tito Junco. En el
material publicitario de este melodrama folclórico se decía: "El excesivo
calor de estas regiones permite a las mujeres ir ligeras de ropa y mostrar el
encanto de sus formas..."
Casi sin interrupción rodó una película
tras otra, casi siempre productos comerciales que arrasaban en las plateas y
que, si bien no contribuyeron a engrandecer su gloria artística, sí que
fortalecieron en cambio su popularidad. Entre ellas se encuentran El pecado de
Laura (1948), de Julián Soler, en la que encarna a una estudiante de piano que
triunfa como concertista y cae en los brazos de su verdadero amor en la vida
real, Rafael Banquells; Puerta..., joven (1949), de Miguel M. Delgado, que le
permitió formar pareja con la gran estrella nacional Cantinflas; o La mujer que
yo perdí (1949), de Roberto Rodríguez, en la que disputó con fiereza con
cualquier hembra que se le pusiera por delante los favores de otro ídolo
popular mexicano: Pedro Infante.
Formó pareja con el cómico Germán
Valdés, Tin Tan, en dos películas producidas el mismo año (1950) y por el mismo
director, Gilberto Martínez Solares: El rey del barrio y La marca del zorrillo,
que contribuyeron a popularizar definitivamente la imagen de Silvia Pinal en
todo el país. A partir de entonces, su categoría se elevó al nivel de las
estrellas indiscutibles del período (Pedro Infante, Marga López o Silvia
Derbez), con los que compitió en ocasiones en el mismo reparto. Tal es el caso
de Infante, con el que volvió a coincidir a lo largo de 1952 en tres títulos:
Sí... mi vida, de Fernando Méndez; Por ellas, aunque mal paguen, de Juan
Bustillo Oro; y Un rincón cerca del cielo (1952), de Rogelio A. González, que
le deparó la oportunidad de porfiar con Marga López por el galán cantante. La
última película que los emparejó fue El inocente (1955), también de Rogelio A.
González, quien tuvo el acierto de dar el papel de madre de Silvia Pinal a otra
institución del cine mexicano, Sara García.
Por aquel entonces apareció en su vida
profesional Tulio Demicheli, un realizador argentino exiliado en México desde
1953 que contribuyó de forma decisiva a modelar la imagen de Silvia Pinal como
encarnación de la mujer fatal, perdición de los hombres y señuelo de sus
fantasías sexuales más comunes y, a veces, sorprendentemente imaginativas.
La simple mención de títulos de las
diversas películas de Demicheli revela con extraordinaria plasticidad sus
significados e intenciones: Préstame tu cuerpo, Una golfa y Desnúdate, Lucrecia,
las tres producidas en 1957. En Préstame tu cuerpo se remedaba con cierto
descaro el asunto de El diablo dijo no; Silvia Pinal encarnaba a una bellísima
y escultural cantante que, tras fallecer inesperadamente, se veía envuelta en
intrigas de alcoba. Respondiendo al imperativo título de Desnúdate, Lucrecia,
la actriz posaba desenvuelta y reiteradamente para calendarios... Y en Una
golfa daba cuerpo a Diana, una infeliz prostituta atribulada. Fue tal el éxito
de estos tres títulos que Silvia Pinal y Tulio Demicheli decidieron trasladarse
a España en busca de una proyección más amplia para sus trabajos.
La permisividad de la censura era menor
entonces en España que en México, por lo que hubo de rebajarse el explícito
erotismo de las comedias que habían constituido su lanzamiento comercial. Así y
todo, Demicheli utilizó en las dos comedias a dos galanes que gozaban de
popularidad al otro lado del Atlántico: Rubén Rojo en Las locuras de Bárbara
(1958) y Alberto Closas en Charlestón (1959). Más calidad tuvieron las dos
siguientes películas en las que Silvia Pinal, sin renunciar a su constante de
clara incitación erótica, demostró un talento de primer orden para la comedia:
Adiós, Mimí Pompón y Maribel y la extraña familia (1960).
Divorciada de su primer marido, Silvia
Pinal se casó con el productor Gustavo Alatriste, lo que le proporcionó en el
aspecto profesional la mejor oportunidad de su vida: conocer a Luis Buñuel y
trabajar a sus órdenes, consecutivamente, en tres obras significativas del
director aragonés: Viridiana (1961), El Ángel exterminador (1962) y Simón del
desierto (1965).
Sólo por estas interpretaciones
magistrales cualquier actriz merecería figurar en la historia del cine. Silvia
Pinal no desaprovechó las posibilidades que le ofrecían tanto el personaje
principal de Viridiana, al que infundió la sutileza y la ambigüedad erótica
necesaria, como el agresivo carácter de Leticia "La Valkiria", que le
permitió destacar en el reparto coral de El Ángel exterminador. Pero donde las
cualidades de una actriz madura, en posesión de sus mejores recursos (forjados,
no hay que olvidarlo, en folletines o comedias vulgares de intenciones
claramente sexuales), se pusieron de manifiesto con una brillantez desusada fue
en su divertida y maliciosa encarnación del Diablo en Simón del desierto.
Si la carrera de Silvia Pinal puede
establecerse a través de sus compromisos matrimoniales, el tercer marido
condicionó su vuelta a los escenarios y su establecimiento como estrella de la
televisión mexicana: el popular cantante Enrique Guzmán, con el que protagonizó
¡Cómo hay gente sinvergüenza! (1971), de René Cardona Jr., le proporcionó una
fama en su país que alcanzaba a los espectadores más jóvenes y que le permitió
presentarse como estrella de comedias musicales (Mame y Hello, Dolly!), así
como regentar dos teatros propios, el Silvia Pinal y el Diego Rivera, y
aparecer de modo estelar en numerosos espectáculos televisivos.
Habiendo alcanzado el grado de
"gran dama" del espectáculo mexicano, contrajo todavía un cuarto
matrimonio con el político Tulio Hernández. Además de los méritos de su propia
carrera, es justo consignar que la actriz ha sido además el centro y origen de
una saga artística que incluye a sus hijos (la actrices Silvia Pasquel y
Viridiana Alatriste, la cantante Alejandra Guzmán, el músico Enrique Guzmán
Jr.) e incluso a una nieta, la cantante pop Stephanie Salas.
A continuación reproducimos una entrevista
realizada por Josefina King en diciembre de 1968 y publicada en el libro 100
entrevistas, 100 personajes.
Sueño de una noche de verano
De mediana estatura, rubia, bien
formada, con una encantadora sonrisa en los labios (la misma del cartel, igualita)
y una chispeante alegría en los ojos, Silvia es una envidiable suma de
vitalidad dinámica y riqueza interior. Sus movimientos, sus miradas que todo lo
quieren abarcar, las intempestivas…
Imágenes tomadas de:
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Con información de:
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D. R. 2018 Darío Aguirre
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